viernes, 1 de abril de 2011

En sueños

Esta noche, como tantas, hice en sueños un viaje. Volví a Astillero, donde los árboles siguen creciendo sin nosotros, con un vago desánimo. Los árboles, que todo lo ven y todo lo saben, suelen ser irreflexivos. Atravieso, con ojos enrojecidos por el sueño, la complaciente Travesía de Orense que lleva hasta la Plaza del Mercado. Me siento, errante y humilde, en el café Cires y tomo anotaciones. Al salir, echo a andar con las manos en los bolsillos, y me fijo en sus habitantes, en los transeúntes que deambulan de acá para allá, que corren o solo pasean, que en el último momento suben de un salto al autobus en marcha o que se hallan sentados perezosamente en los bancos del Paseo de los Ferrocarriles o cerca de la Ría. Yo también estaba allí. En la Plaza del Mercado, en el café Cires, en aquella Travesía. Presto atención y creo oír tu voz suave y apagada. Algo me dices pero, de súbito, me despierto. Con los sueños siempre ocurre lo mismo. Un sueño es, a la vez, quieto y móvil. Con las prisas de siempre me visto y me encamino a Mieres (con Astillero que me ronda la cabeza). La alocada primavera ha traído un sol eterno y luminoso y uno, mientras tanto, va perdiendo la ciudad real, para buscar otra imaginaria, como decía Adam Zagajewski. Saludo entonces a la mañana y llego a la biblioteca de Vital Aza. Saco los Cuentos a la intemperie, de Juan José Millás, y solo por eso, el trayecto merece la pena. "No había firmado el contrato con la realidad, actuaba en otro teatro, en otro país", dice el libro que ahora cierro. Y uno sabe que hoy, por unos minutos, ha sido cierto.

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