martes, 12 de abril de 2011

Café

Subrayo unos versos de Caballero Bonald: "Me llamo Nadie, como Ulises. / ¿Y quién responde? / Nadie: / una pared vacía, una página en blanco". Se abre la mañana, gris y no muy luminosa, y comienza uno la escritura para vencer a la pared vacía. Hace apenas unos días, treinta y cinco grados. Hoy, apenas veinte. No sabe uno en qué va a parar todo esto. Aún así, la ciudad parece intacta, resulta tan lírica como visible, y uno se echa a la calle a pasear recogiendo, absorto, cafés y edificios para su colección diaria. Anda uno a vueltas con una idea original. Y los minutos se van, claro, no sabe uno a dónde, como ráfagas. Pasemos a la segunda persona. Desembocas  en tu café preferido, no hace falta decir cuál. Te sirve el café, sin falta de pedirlo, N. Últimamente hay muchas N. en tu vida. Algunas regresan, otras se van. Dan ganas de gritarlo en el silencio como el cantante valenciano. N., la camarera de tu café preferido -cuyo nombre no quieres recordar-, es hermosísima. Dice un "Buen día" distinto al resto, y cariñosa. Debes de ser el único que repara en ello. Y no te disgusta, por amor a N., este hecho. Nadie sirve el café como N. aunque desconozca lo que escribes. Anotas luego una ocurrencia para un poema futuro, y sales de allí con buen humor y con los recuerdos en mano. Andas un buen rato, junto al silencio, y te haces con El escritor y sus fantasmas, que te dice: "No hay otra forma de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante" (aunque eso ya lo habías oído antes en La resistencia). Continúas, de regreso, con Siete moderno, otro gran tomo de los diarios de A., que tanto te agrada. El tren va de nuevo por su vía, con parsimonia, y las letras lo dejan aquí, como si entrara también en una estación fantasmal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario