lunes, 4 de abril de 2011

Diez palabras

"De tu invierno ya lo he olvidado todo". Me levanto con esta frase suelta que anoto. Los sueños siempre lo ponen todo patas arriba. Me visto y salgo a la calle. No dejo de sorprenderme de cómo amanece el día. Me roza su luz y miro los transeúntes que pasan. Su duración es de apenas unos segundos. Me miran y entonces se evaporan como es costumbre. La rutina es también una forma de abrigo. Y es que de la ciudad pudiera afirmar uno lo que Alberto Caeiro admitió para la poesía: no es una ambición, es una manera de estar solo. Compro en Quijote El hombre que inventó Manhattan, de Ray Loriga, con el que trabajaré en el futuro. Luego, doy mi paseo habitual mientras me encamino al café para escribir en mi cuaderno. Una vez allí, comienzo la lectura de Mar sin orilla, de Andrés Trapiello, similar -se nos dice- a El azul relativo y La brevedad de los días, que ya leí con anterioridad. El título viene de la cita de Unamuno: "¡Oh sueño! ¡Mar sin fondo y sin orilla!" Me detengo en la parte titulada "Diez palabras" de "Algunas olas sueltas". En ella se hace una lista de las diez palabras más hermosas a juicio del autor (pudiendo ser mañana otras distintas). Las de uno, si medita un poco, serían las siguientes:

1. Coraje. La palabra más necesaria.
2. Ciudad. A uno le gusta atravesar la ciudad, cualquier ciudad, con su rumor de cuerpos que no cesa, ya sea verano o sea invierno, sus calles me ofrecen sus esquinas, sus ventanas, sus puertas.
3. Porvenir. Nos hace pensar tibiamente en "cualquier cosa y no eso / que esperamos aún, todavía, siempre".
4. Silencio.
5. Jazmín. Cada nostalgia tiene uno particular, combado por las heladas, que se resiste a ser ceniza.
6. Posdata. O "aquello que se añade a una carta ya concluida y firmada".
7. Luna. La misma que soporta, sobre sus hombros, los fantasmas de cada insomnio.
8. Andén. Ése en el que espera un tren feliz al que seguramente no hemos de subir nunca.
9.Tiempo. Inexorable y lleno de irrealidad, lo que somos.
10.Alegría. Uno tiene derecho a la alegría. A veces es febril o rugiente o inabarcable. Pero siempre cargada de futuro.

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