miércoles, 22 de septiembre de 2010

En tu pecho

Estoy seguro de que resonarán los pesados pasos del tiempo y que con los ojos -o a oídos despiertos- recordaré estos días de alegría grande en que crecieron flores en tu pecho. Dulce, hermosamente, su contorno se recortará en la distancia próxima del cielo. Me veo envidiando a aquellos que puedan sentirse dichosos cuando todo es un invierno frío, sintiendo todo de todas las maneras. Me veo, esté donde esté, sonriendo mientras la calle es un libro cuyas páginas se amontonan en el zaguán que es mi vida. Vale, pues, la pena vagar por las silenciosas y soleadas calles de Astillero en completa libertad y mirar trémulamente quieto el camino recorrido, todo lo que nos ha rodeado, como la noche cuando encierra la existencia enigmática de los astros discretos.
Cada uno de nosotros es varios. Somos sólo el maderamen del barco que nos lleva en la mañana, el pasado irreparable y el futuro imperfecto que es hoy, la sonrisa misteriosa como de costumbre sobre la ría, lo que aguarda en un modesto cafetín donde refugiarse, la añosa arboleda que proyecta una sombra deliciosa. Somos los que no fuimos, pensando, queriendo, sintiendo. Como el ruido de agua que corre hacia los estanques, bosteza ya la mañana tras el cristal, harapos de existencia que nos hacen no pensar.
Hacemos el ser humano sin rendir cuentas. Sin ir más lejos. Ni indiferentes ni extraños porque, de rato en rato, somos felices.
Miraré de reojo a estos días. Partiré, móvil y viviente, en un tren perfecto y sin esperas. Desechando dolores pasajeros, diré: todo va bien, me alegro de haberte encontrado a ti, que lo cubres todo, mi llanto y mi pensamiento.
No echaré de menos las ausencias y no exigiré a Ícaro que queme sus urgencias, ni pediré a Casandra que adivine mi sombra. Sabemos que nos perderemos en los laberintos azules de las calles: culpables de coraje vagaremos sin sorpresa como muchedumbre furiosa y alegre por un mundo que nos reconcilia con nosotros mismos, sólo porque estamos vivos.
Resonarán, en verdad, los pesados pasos y recordaré los días en que un puñado de flores crecieron en tu pecho, en el instante en que el mundo era un invierno y nosotros no pensábamos: cómplices, inexorables, agradecidos y sin amor.

2 comentarios:

  1. QUE BONITO MIGUEL!!!CADA DIA ME SORPRENDE MAS LEER TUS POEMAS,PORQUE CADA DIA ERES MAS GRANDE.UN BESITO MUY FUERTE.SABES QUE TE QUIERO MUCHO.

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  2. Me infundes mucha confianza. Gracias, Nere, por ofrecerme las calles de Astillero y las de la dicha. Y yo a ti. Un millón de besos.

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