viernes, 3 de septiembre de 2010

Cachivaches

El verdadero amante, aislado del mundo entero, solo se teme a sí mismo.

Pongo nombre a los atardeceres, y no tengo ninguno repetido.

Cuando cierro la puerta, los fantasmas saben que no deben molestarme.

Hay recuerdos perpetuos que se descuidan en la fresca brisa del olvido.

El semáforo ámbar es duda. Pero también coraje.

Ni el amor, ni una mirada verdadera, ni una cerveza con un ángel una mañana lenta, ni una calle con dudas, son obra de la casualidad, sino que nos están misteriosamente reservados.

Las lágrimas de cocodrilo son fórmulas de la impotencia.

Del otro lado de la nada, las sombras son empujadas por los viandantes, ¿qué importa a dónde?

El amor mejor guardado es el que se deja a la vista de todos.

No me rindo a rendirme.

De madrugada cruza el cristal la luna. Escalofrío.

Cuando un soneto cojea es porque le falta su Quevedo.

Mírame mirarte con amor, para salvarme.

Un poema es, a veces, un paraíso que puede dar más energía que el sol.

Me encanta tomar la luna, transitoriamente ausente.

Hay sin ir más lejos pero no hay sin ir más cerca.

Mi coraje, con ojos penetrantes, es esta calle llena de coraje.

Yo pienso también en usted, desesperado y extraño.

Mucho más allá de la medianoche, por la vereda de enfrente, las voces son humo o son niebla o son celaje.

Tengo lo que tengo pero también lo que tuve.

Cuando quiero escribir, todo llora, hasta mi risa.

Soy el piloto de esta memoria.

Nadie está a salvo de ahogarse en el llanto ni de salvarse.

Según Casandra las dudas ofenden.

Hay voces que sangran, casi imperceptibles, y son nuestro propio símbolo.

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