jueves, 9 de septiembre de 2010

Vuelvo

Vuelvo a León en el umbral de la mañana y una vaga brisa que sale del calor del día, me hace olvidarlo todo y escaparme lejos. A veces tropiezo con un café o alguna calle somnolienta y tibia: el Café Cantábrico o La Rúa, pero de entre los lugares que más me entusiasman están el Café Alfonso V o el Café Pasaje que pasarán a formar parte de mi memoria y, por supuesto, la Gran Vía San Marcos (que a mí me transporta hoy a la Plaza Elíptica de Bilbao, no sé por qué). Doy un paseo por la Calle Ancha junto al Hotel París (que no deja de perseguirme) y voy a dar, lucidez y delirio, a una librería de viejo, llamada La trastienda. En el escaparate me encuentro con la frase del mes: "Hija, no toques esos libros, que son usados. A saber quién los habrá tocado antes que tú". Allí compro tres verdaderas maravillas que me reconcilian conmigo y con el mundo. Dos novelas de W. Somerset Maugham: El mago y Rosie (considerada por la crítica, según parece, la más lograda de todas); y Nido de víboras, de François Mauriac. De en medio de los ruidos de la indiferente ciudad sale un gran silencio mientras me alejo. Y pienso entonces que es hermosa la vida, y acaricio despacio las cicatrices del tiempo.

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