(James Salter)
Tenía un coche de segunda mano,
amplio y luminoso, también azul,
del tono de los uniformes de la Marina,
el volante en el lado inadecuado,
cuatro marchas adelante
y también cuatro marchas atrás,
una llave de contacto pequeña
como las de una caja de seguridad
o una esquina del ayer.
El motor a su modo ronroneaba,
los bulevares, con distancia,
deslumbraban con su luz.
Yo bebía, de súbito, la calma cierta:
entraba en París.
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