martes, 29 de marzo de 2011

La mentira

Sale uno por la ciudad que habita y ésta le mira desde todos los balcones de las casas. Uno a veces quisiera ser también balcón o ventanal para contemplar la marejada de la vida que pasa en un lento amanecer (pero de eso hablaré en mi próximo relato). Tomo anotaciones de café con leche y me dirijo luego a la Pérez de Ayala. Saco en préstamo Ventanas de Manhattan, la novela-relato de Antonio Muñoz Molina. N. y yo soñamos a menudo con ir a Nueva York, con cenas en restaurantes transitables y tomar perritos calientes, con grandes paseos sin los silencios por cada una de las extensas avenidas. De observar edificios volando por las nubes que, a su vez, nos observan. "Yo oigo las sirenas y murmullos de Nueva York" se decía Lorca y me encuentro al abrir el libro. Y uno aspira a poder oirlas flotando en el asfalto contigo. "Me perdía entonces por la ciudad", leo en el segundo capítulo, "tan completamente como no he vuelto después a perderme, ni en ella ni en ninguna otra, sin distinguir los puntos cardinales y sin la menor idea de lo que podía encontrarme al doblar una esquina", que es la mejor forma de perderse pienso ahora al cerrar el libro. Llego a la Facultad y me encuentro con R. "Mientes", me dice. "Mientes en el libro que te regalaron de Trapiello". "Mientes en lo de los maniquíes". "Mientes sobre esto y sobre lo otro". Uno estuvo a punto de responder lo que Luis Aragonés le dijo a Raúl cuando éste afirmó que iba a ir a la Eurocopa: Ya sabes más que yo... En el fondo, me gusta que R. sea tan neurótico con mis escritos. Hoy me da la idea para algunas líneas futuras sobre la intimidad del escritor. "La intimidad del escritor de diarios le mira desde muy adentro", improviso de pronto. Veremos cómo quedan.

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