miércoles, 16 de marzo de 2011

Misteriosamente feliz

Viaje a Gijón. Me vienen a la mente unos versos de mi poema "Trenes": "En cada amanecer / me subo a algunos trenes de vida / y marcho por direcciones imaginadas / a lugares que no recuerdo ni conozco / sin saber muy bien qué busco". Y hablando de trenes, dijo Andrés Trapiello que tal vez el único lugar donde un hombre moderno puede ser enteramente feliz es en un tren. Y a ser posible, piensa uno, en un tren para viajeros silenciosos. Comienzo la lectura de La brevedad de los días, conjunto de artículos publicados allá por 1998 en el "Magazine" de La Vanguardia. En él no solo nos habla el autor de trenes, sino también de coleccionistas, de dobles que son idénticos a nosotros, de novelas, de rincones del mundo, de la vida. La vida..., dice Trapiello,  es un gesto, el brillo en unos ojos, la visión del mar, insondable y majestuoso tanto como la contemplación de esa pequeña hierba verde que crece, indiferente a la opresiva cuadrícula, entre los adoquines de la calle. La vida -añade uno-, esa sonrisa frágil que tercamente reclama ser imagen inconsciente, el café Tenampa en el que lo difícil es encontrar una mesa libre (porque es uno de los cafés más bonitos del mundo). La vida...observar minuciosamente a la gente que pasa emprendiendo nuevas huidas, con maletas o soledades a sus lomos o a aquella otra que uno tiene a su alrededor. Caminar luego, sin rumbo, como un pequeño Soares por la Baja, con el olor de tu sombra, misteriosamente feliz.


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