martes, 22 de marzo de 2011

Rutina

Hoy, cuando me levanté, me encontré con el sol de los días mejores. La primavera es locura, y se lleva las lluvias metálicas (se imagina uno). Cuando llego a Oviedo es como si estuviera recién construida, todo está en orden, sumergido en café. Y uno que es viajero se pone a recorrer las calles como si fueran ajenas, a pesar de haberlas recorrido tantas veces, de atravesar siempre los mismos barrios y las mismas direcciones. Me voy a ver librerías de viejo. Suele ser una imposición razonable. Y esta mañana más que nunca. Entre los libros comprados uno especialmente valioso, Las sibilas de París (pequeñas cuestiones palpitantes), de Enrique Gómez Carrillo. Lo hojeo y me percato de que hoy justamente se cumplen 101 años de que fuese editado en Madrid. Una verdadera reliquia que ha llegado hasta mis manos. Por un impulso, naufrago en su lectura. "Estamos en el tiempo de la quiromancia y de las quirománticas. En cada esquina hay alguna sibila misteriosa... Cada barrio tiene su antro predilecto... Cada clase social proclama con energía sus preferencias por uno de los sistemas adivinatorios en boga", dice en "Las sibilas del bulevar", aunque bien pudiera tratarse del comienzo de uno de los poemas de Luis García Montero. Sé que el libro no se despedirá de mí y me acompañará en muchas ocasiones. Acaso sea ésta razón suficiente por la que uno es partidario de este tipo de viajes. Vuelve uno a la rutina inapelable, rutina en la que todo lo que ocurre, ocurre siempre por uno mismo.

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