sábado, 26 de marzo de 2011

A veces tu alegría soporta a mi memoria involuntaria

“Dulce olor a ciudad”, admitía el poeta. Quedo con Javier Álvarez —con el pretexto de que me inspire algún relato nuevo— en el Cambridge pero, junto con mi hermano, acabamos brindando por el instante. Él está leyendo El conde Lucanor, lo cual a uno no le sirve de mucha ayuda. Me entrega Los confines, de Andrés Trapiello y eso hace que a uno se le quede prendida una sonrisa en el rostro. Lo observo luego, descentrado hacia alguna idea necesaria para mi futuro cuento. Pero nada. Ya casi mediodía, como en El Molinón acompañado de un mal (muy bueno en realidad) vino, mientras pienso en que la vida de uno es hermosa en lo que es. Y reparo así, minuto por minuto, en ti que te llamas Noelia o Almudena, no sabría decir por qué, y me llega entonces tu alegría navegable, eterna y afilada, aunque tú no lo sepas.

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