miércoles, 9 de marzo de 2011

El espejismo

Oviedo es una ciudad amable en estos días contradictorios, casi omnipresente, al alcance de la mano, y a mí me gusta recorrerla mirándolo todo y sin rumbo fijo, tratando de seguir tu risa que siento cercana. Nos lo dijo el viejo Benedetti, que el amor es un sueño abierto, un centro con pocas filiales. Y tú y yo lo suscribimos. Oviedo huele a neumático recalentado y a ferrocarril subterráneo. Oviedo huele a ti, que estás entre mis párpados, a tu espontaneidad y a tu perfume que combate las heladas y promete ser eterno.

Viejas cervecerías que conservaré como recuerdo, pequeños cafés de la plaza de la Catedral. Cafés que jamás han cerrado y que ahora quieren tomarse el desayuno, beberse a pequeños sorbos la mañana. Oviedo es tu risa que era mía, como un eclipsado espejo. Pura vida.

Pasan coches y autobuses, como tantas veces lejos de París, y yo camino entre la gente como un rayo de nostalgia y observo todo con ojos de poeta. La Calle Uría, ancha y bella, me lleva como un río silencioso hasta La Losa, donde me siento en un banco para hacer balance de lo hallado y de lo perdido en el camino, y repasar las nuevas promesas, que intentaré que no sean vanas.

Es cierto. El tiempo es una música misteriosa, a menudo implacable, alterando corazones galopantes que tratan de no quedarse inmóviles. Pero, a veces, ciertas veces, es un privilegio, el de poder asistir al milagro de conocerte. Contigo y por ti la sonrisa de éste que escribe no se le cae de la cara.

Oviedo huele a ti, que estás entre mis sienes, como un espejismo. La mañana va cayendo extraña y maravillosa mientras, feliz por el hecho de que tengamos toda la vida, me acuerdo de ti.

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