jueves, 16 de diciembre de 2010

Asombro

(10: 15 de la mañana) El tren va casi vacío, apenas una veintena de usuarios, y, como es costumbre, me pongo en el último vagón. Voy leyendo “Crónicas berlinesas” de Joseph Roth. Sentada frente a mí hay una joven rubia que hojea un crucigrama, es hermosa. Un hombre de abrigo rojo y mediana edad, fuerte, corpulento, hace el gesto de frotarse las manos. Hace un frío afilado de mil demonios. Pasamos por un túnel. Al salir de él un rayo luminoso nos atraviesa. Hoy los meteorólogos daban nieve a 300. Pero nunca se sabe. Hay al fondo, un hombre vestido de gris, con sombrero y corbata gris. Me extraña que lleve sombrero, y no alcanzo a ver su rostro. El revisor no pasa, con la crisis parece que nunca hay revisor. Última estación. Cierro el libro. Llegamos con cierto retraso. El hombre del traje gris ha desaparecido, se ha esfumado como por arte de magia. Le echo la culpa a mi vista: pudo descender mientras estaba distraído leyendo u observando el paisaje. O quién sabe. Los viajeros de tren estamos muertos y vivos al mismo tiempo, dijo alguna vez no recuerdo quién. Tal vez me lo encuentre otro día.

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