martes, 31 de enero de 2012

Maneras de llegar a un libro

Son las cuatro menos cuarto de la tarde. Sigo con Julio Llamazares: "-¿Cómo dice? -Digo que tiene buena vista. -¡Ah!-exclamó el viejo, entendiéndolo al fin y sonriendo-. No crea. Es que ya me lo sé prácticamente de memoria. Y le enseña al viajero la fecha del periódico: 4 de agosto de 1981. -Lo dejó aquí el panadero y, desde entonces, lo leo todos los días". Cierro el libro y yo también me siento viajero mientras saco mi cuaderno y tomo algunas notas tras ojear El río del olvido. Hay libros que siempre vienen de la mano de alguien cuyo nombre queda impreso en nuestra retina, con letra invisible para los demás pero indeleble para nosotros, por hacernos estar menos solos.No sé cómo contarte. Suben las almas y baja el coste de una herida. Pero te leo y te recuerdo a todas horas al pasear mi cuerpo sin pánico escénico por las calles y por los horizontes inconclusos. Vivimos -lo sé ya- rodeados de miedo, un miedo que nos paraliza y nos atenaza. Ya ves: el viajero hoy te busca como un reto, ávido de promesas pertinentes. Todo va a ir bien. Qué diablos. La batalla definitiva aún no ha llegado, y me sé privilegiado con mis dudas, feliz, despreocupado, cierto, febril y lleno de una vida que, a veces, no cuenta conmigo. Pues bien, que las luciérnagas amarillas nos protejan en tanto empeño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario