lunes, 23 de enero de 2012

Una mesa sin horas

Es verdad esta mañana, con los ojos heridos por un invierno de bajas temperaturas, que me trae el periódico y la hecatombe financiera. Pero me llegan también tus mensajes pacíficos, alas de mariposa palpitando entre mis dedos. Y me hablas, por propia iniciativa, de tardes como Dios manda y de palabras dulces. Son tiempos difíciles y extraños. La vida va y viene camuflada, cargada de proximidad. Pero, en la soledad del café, te he de confesar que pienso en tu mirada que arroja alguna luz y me reflejo en tu espejo presumiblemente fugaz. No se me olvida que el reloj marca el instante de tu encuentro, lo digo absolutamente en serio. Eres una muchacha extrañamente hermosa, como esas mujeres que salen en las novelas de Henry James. Clara y difícil. Ya se va uno haciendo a la idea. Abro entonces El río del olvido, de Julio Llamazares (ahora va uno en el tren) y es, desde luego, un libro extraordinario. "El viajero, mientras se aleja, piensa que un coche viejo es como un perro: se le coge cariño y siempre está esperando al dueño", dice casi al comienzo el autor de La lluvia amarilla. El viajero cierra el libro y se va, con su negra sombra, en busca de preguntas y respuestas. Lo dicho. El reloj marca el instante de tu encuentro, que nos une al futuro. Reservemos una mesa sin horas, de páginas en blanco.

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