domingo, 1 de enero de 2012

Una isla propia

Me apresuro despacio acariciando las primeras horas y el mañana me sabe a salida de colegio, herido y extrañado. Pronto empezaré a dar clases en el IES. Seremos otros y más fuertes. Traigo las mejores palabras, las del Diario de André Maurois: "Todos los años, en este día liminar, yo tomo, como Buster Brown, estas resoluciones: trabajar, trabajar y trabajar. Rehusar toda tarea para escribir, no grandes libros (eso no depende de mí), sino los mejores que sea capaz de concebir". Mis sueños han sabido esperar en todas las esquinas y giran despacio como mis dedos en estas líneas que escribo, aunque imagino -ya se ha dicho alguna que otra vez- que no cambiaría un café o una charla (sublimes tareas) por la escritura de ningún gran libro. Pienso en mi gente al-pie-de-la-letra, en mi memoria que se enreda entre las manos. También en la gente furibunda, esa que no interesa pese a lo cual conservo algún sentido del humor (tengo que disimular pero podría escribir un ensayo bajo el título: Hay olvidos que provocan en mí una dejadez razonable). Qué mundo disparatado. Vivimos en una época jodidamente mala, de incertidumbre en cuanto al futuro, mientras pienso en volver a mi isla sin horas como Jack Shepard deseaba regresar a la suya. "Kate, no debimos salir nunca de la isla". Sé que aún me espera y sé que sigo vivo, aunque llegue tarde al fin del mundo. Todo te nombra.

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