Aún, airados, estamos a tiempo
de encender las antorchas
como enciendo mi pecho al verte,
como una dalia inimitable.
Dentro de poco te sentiré
de aula en aula
nadar en los pupitres más selectos,
tu nombre secreto en la pantalla del teléfono,
y me refugiaré, ahuyentando miedos y disfraces,
en un rincón de nuestro invierno.
Dentro de nada
nos arrastrará la marea hasta el café
aquel que escogimos
para restaurar los recuerdos,
para contar aquello que es sombra
y despertar al dinosaurio que ahí sigue,
con el dulce tintineo de tu risa.
Huérfano, lo siento así, el mundo
nada sabe del amor
si no se refleja en nuestros pasos.
A veces te dará por pensar
que estamos a tiempo, solos tú y yo,
de ser otros, lumbre ardiente,
con tu piel vestida de carnaval y madrugada,
hasta que lleguen las visiones
y los malos augurios,
hasta que Casandra nos separe.
Aunque todo tiene remedio.
Nada está perdido mientras tu taxi se detenga
sabiendo que estamos vivos, a pesar
del apocalipsis, los desastres, tanta espera.
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