miércoles, 9 de noviembre de 2011

Prender la luz

Querida habitante que me reconcilias con el mundo. Después de haber besado tus labios en sueños escribí esto: Te busco con mi pose práctica de James Dean en cualquier bus, con el gesto inamovible que procuro, mientras te digo que todo irá bien, que aún quedan cosas por hacer, que finalmente del pasado hay un aprendizaje que nos hará más fuertes y mejores. Qué tal vez somos más felices que ayer pero menos que antesdeayer. Que hay días oxidados que serán lluvia pero nos refugiaremos bajo el mismo paraguas, con urgencia y ansiedad. Hoy, el cielo despliega su manto de nubes tibiamente y el sol, que se lleva bien conmigo y repta hacia mí, derrama su calor con generosidad. Sigo dando vueltas a una posible novela. Al argumento. A los personajes. Continúo después leyendo Trilogía de Madrid, que comencé hace unos pocos días, del maestro Umbral. Subrayo: "¿Por qué no crear una asignatura nacional y genérica con el nombre de Monotonía? Incluso llegué a escribir un artículo sobre esto, que era, evidentemente, una crítica oblicua a la política educativa del Régimen, pero se me devolvió por iluso y difuso: yo estaba haciendo literatura". Podríamos hacer, pienso yo ahora, clases de fe o de coraje. O, por qué no, de timidez o torpeza. Sería irremediablemente interesante. Yo, que no sé prender las luces del aula y me encuentro en tu sonrisa, pienso en todo esto, y en que crucé contigo unas palabras, mientras me vuelve galopante tu voz del sueño. Sé sin duda que exites y sé que pilotaremos estrellas fugaces en un futuro perfecto. Seremos felices, qué diablos. Ese es el propósito.

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