viernes, 16 de diciembre de 2011

La calma que vendrá

Este café en el que escribo. Yo, que siempre he sido dado a la dejadez, soy irracionalmente fiel a este café urgente, Imperio que siempre impera, para trabajar mis escritos, para leer, para estar conmigo en los adentros de mi vida. Salgo después a la calle con mi exilio voluntario, con el reloj adelantado, y el tiempo no me deja tiempo para poner el tiempo a tiempo, por decirlo con el autor. La lluvia ha llenado la ciudad. La ciudad, sí, está llena de lluvia. Pasear por la ciudad, en la mañana de diciembre, femenina y solemne, fresca y cálida -parece increíble-, invadido por el pirata del viento. Tengo una soledad razonable. Más razonable que yo, diría. De momento, sigo a tu recuerdo que es una miríada de luciérnagas, que ya no me huye, lo observo cuando se para a recordar recuerdos de futuro y, cuando camina, voy tras él. Digamos que las vidas no giran alrededor de una obsesión, sino de dos. Lo dice Umbral y aunque no lo dijera. Tu recuerdo en mi sien me salva las distancias. Me vienen entonces unos versos de don Luis García Montero: "Hace falta ser lluvia, / caer en los tejados y en las calles, / caer hasta que el aire ponga / ojos de cocodrilo / mientras muerde la tierra igual que una manzana, / caer sobre la tinta del periódico / y caer sobre ti / que no llevas paraguas, / que te llamas María y Almudena, / que piensas como abril / en hojas limpias bajo el sol de mayo". Abrígate, mi amor -allá donde estés-, no cojas frío. Ya sabes que a veces una piel cubre mis dudas. Después de la tormenta vendrá la calma. Y en ella nos encontraremos.

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