jueves, 29 de diciembre de 2011

El idioma

Si estoy aislado, solitario,
uno de mis trayectos preferidos
es el idioma.
Trato de estudiar frases de carrerilla
y el pensamiento avanza de palabra en palabra,
paso a paso, sílaba a sílaba;
y soy el dueño de un milímetro de universo.
Vivo adrede, y repito:
Soy Adán.
Abrazo el optimismo.
Leo a León Felipe o a Antonio Machado
como quien dice.
Te ofreceré Astillero, amor,
que estamos a viernes y, quien no corre, vuela.
¿Es este rostro mi rostro?
Sé que el café está servido
y diciembre te ama.
Que tengas un buen día.

Reconozco que a veces, de repente,
el idioma, coqueto y despectivo,
emerge del olvido
y se introduce sin permiso
en la corteza de mi asombro.
Soy viernes -susurro nervioso-.
Tu abrazo sé que es diciembre
y, quien no corre, te ama.
¿Es este rostro mi amor?
Te ofreceré a León Felipe
o a Antonio Machado
como quien vuela.
Estamos a Adán.
El optimismo está servido, y leo el café.
Que tengas un buen Astillero.

A menudo persigo perdido -y encontrado-
la realidad de las palabras.
La sintaxis es similar
a la de siempre,
pero el vocabulario
se llena de polvo y de sombra,
y se sale al jardín
a estirarse las piernas.
Sí. Es el idioma azul,
el idioma que se reitera
como un beso, el idioma
que permanece como una presencia
que se ata al clavo
ardiendo del recuerdo.
Apaguemos la luz,
entornemos los ojos
y procuremos repasar.

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