lunes, 2 de agosto de 2010

Noche

No podía conciliar el sueño y salí a dar un paseo por las calles oscuras. Presentí, tras el ruido de la puerta al cerrarse a mi espalda, que algo extraño iba a ocurrir, como si en cualquier momento el techo de mi habitación se fuera a derrumbar. Me ha ocurrido otras veces, pero no lo de doy mucha importancia. Serían las dos de la mañana. Hacía bastante frío. Dejé a un lado el puente y callejeé por el parque. No se veía ni un alma. Caminaba con los ojos muy abiertos, con pasos cada vez más veloces para entrar en calor. De pronto, sin que la viera acercarse, había una mujer junto a mí. La gente es verdaderamente extraña. Mientras se disculpaba, sentí una emoción incontenible, en torno a su sonrisa giraba el universo entero. Me acerqué sin vacilar. Apenas podía dejar de mirarla. Secreta, apacible, de aspecto atrayente, tendría unos treinta y cinco o quizá cuarenta años, y debía de haberse casado alguna vez. Nunca se sabe. Iba vestida de gala, con ropa de otro tiempo. Charlé un rato con ella. Con voz romántica murmuró, no sé por qué, algo en una lengua que no recuerdo, y me ofreció tranquila y clara su mano generosa. Cerré los ojos. Solo un instante. Cuando volví a abrirlos, fascinado, la estaba siguiendo por un jardín grande, no un huerto, sino un jardín de flores, una noche imponente, una hermosa noche de finales de verano, con una infinidad de estrellas brillando sobre el negro manchón de la arboleda. Aunque me costaba creerlo me sentía a gusto, como quien llega por fin al lugar que ha estado buscando durante largo tiempo. En la casa cercana emanaba, emocionante, una música de otro mundo por ventanas y balcones. Y nada más. Era evidente que yo era otra la música que escuchaba. Antes de entrar accedió a que fugazmente la besase en los labios, entre la frescura y el marchitamiento, y dejó de ser una cara desconocida. Pero duró poco tiempo mi secreta felicidad: me dejó solo en mitad de la fiesta. Miré, ensimismado, a los invitados que se entretenían con un cóctel. Uno tras otro me saludaron con un apretón de manos acompañado de expresiones como “un placer” o “encantado”, pero después retornaron a sus conversaciones interrumpidas. Sus caras me resultaban familiares pero no acababa de reconocerlas. Tomé una copa. Alguien dijo, ¿por qué ha venido?. No supe qué responderle. Al cabo de un rato miré a la mujer que estaba a mi lado y dije: —¿Sabe usted decirme cuál es la música que están tocando? Me parece que usted entiende de música. De súbito, sin que nadie se percatara, me llevó a un recinto cerrado. Era una sala llena de libros caldeada por dos estufas eléctricas: las paredes estaban cubiertas de estantes hasta el techo, pero también había montones de libros encima de dos mesitas y hasta de un sillón. Me llamó la atención la cantidad de volúmenes. Me levanté para echar un vistazo a la biblioteca. De pronto tuve la impresión de que alguien me observaba a mis espaldas. Prométeme –me susurró y se inclinó sobre mi rostro para poder hablar al oído- que no revelarás ni una palabra de lo que voy a decirte…Huí de allí a todo correr, y regresé a la fiesta. Miré inquieto el reloj. En un santiamén la orquesta había dejado de tocar y se retiraba lentamente. Fue entonces cuando vi a la mujer que durante un par de horas me había llevado fuera del tiempo, charlando incansablemente entre un grupo de jóvenes. Me decidí a acercarme indeciblemente feliz. Pregunté algo, ya no me acuerdo qué, pero ella no parecía entenderme. Insistí. Luego me miró con una sonrisa melancólica y dijo en un murmullo: Ya puedes volver a casa. Nostalgia de lo que nunca se ha tenido, breve noche inmensa, la verdad cruzó como un relámpago por mi mente, y volví a sentir el frío como un infalible pesar al salir de aquel jardín de estampa antigua. Caminé sin prisas-por si querían alcanzarme y pedir que me quedara con ellos-y volví a casa donde nadie me esperaba. Fui a la puerta pero no pude abrirla. El techo de mi habitación se había derrumbado sobre la cama.

2 comentarios:

  1. Muy buen relato al más puro estilo romántico. Tiene ciertas similitudes con la obra de E.T.A. Hoffmann, autor alemán precursor del Sturm und Drang; si te soy franco, lo más acertado de estas líneas es, según mi punto de vista, la desincronización de la acción.
    Te animo a que sigas con la prosa. Hic et Nunc

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  2. Habré de rescatar a Hoffmann. Muchas gracias por los ánimos. Seguiré tu sabio consejo.

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