viernes, 6 de agosto de 2010

Obermann


Hojeo, en un intervalo de calma, Obermann, obra más representativa y singular de Étienne Pivert de Senancour (París 177o-Saint Cloud 1844), la que le llevará a influir más fuertemente en el pensamiento romántico. Lector de Rousseau y los filósofos de la Ilustración, lírico de la Naturaleza y un gran paisajista (de los que pudieran afirmar, como Amiel, que un paisaje es un estado del alma) nos ofrece en esta obra que le salva de la oscuridad, en estas cartas dirigidas a un amigo (que no le contesta nunca) la contemplación de la belleza y la melancolía depresiva, "páginas descriptivas admirables y una delicada sensibilidad de la Naturaleza y del mundo moral" (Ricardo Baeza, 193o). Hay, a veces, en Obermann, una prosa admirable; otras, en cambio, no tanto, como nos advierte el editor en sus Observaciones: "Muchos verán con gusto lo que uno de ellos ha sentido; muchos han sentido lo mismo: éste lo ha dicho, o intentado decir. Pero debe ser juzgado por el conjunto de su vida, y no por sus primeros años; por todas sus cartas, y no por un pasaje cualquiera, escogido al azar, y quizás novelesco".
De todo el océano de pasajes que integran el libro, hay uno, sobre todo, que se quedará en el suelo de mi memoria por ser nítido y brillante, y no lo he escogido al azar ni resulta novelesco:
"Si tuviese que salir de la vida ordinaria, si tuviese que vivir, y no obstante me sintiera desalentado, querría estar un cuarto de hora, solo, ante un lago agitado; creo que no habría entonces, cosa grande que no fuera difícil realizar".
Una obra ésta, con todo, que nunca llegó a perder popularidad (aunque lo fuera a veces en un reducido círculo) en la que uno se encontrará pasiones, amor y Naturaleza.



Senancour, Obermann, KRK ediciones, 2oo9.

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