sábado, 25 de febrero de 2012

Lorca, cómplice

Dicen que Stendhal leía el Código Civil antes de escribir. Baudelaire fumaba opio. Yo, tomo café. Me encuentro en el Café Velázquez, como otras tardes solitarias, con Tanta pasión para nada (Alfaguara, 2o11), de Julio Llamazares. Lo abro y me encuentro con el relato de un hombre que quiere enfrentarse a la vida y parar el mundo. Es un cuento cargado de nostalgia y fragilidad, que recuerda a la condición nihilista de su autor, según reconoce éste en su prólogo (En mitad de ninguna parte, En Babia, El río del olvido, Nadie escucha...). Cierro el libro, cansado y encantado, y no dejo de sentirme como Neme, su protagonista. Solo que uno no se enfrenta a un toro inquieto, sino al amor y su brisa, lo espera en medio del ruedo, a pie firme en un pedestal, mientras hace, con extremada peligrosidad, la heroica de don Tancredo (nombre que recibe de su inventor, un valenciano emigrado a América, que lo introdujo en 1889). Quiere decirse -quiero decir- que espero al amor sin ningún temor, a ciencia cierta y sin inmutarme. Cuando venga hacia mí , sospechoso, sabré reconocerlo y me quedaré quieto, y sin excusas. Más Umbral: "De las caderas de la mujer nace la guitarra, nace el cántaro y nace el amor". Esto me recuerda a Lorca, y mis ganas de trabajar su "Poesía completa", que compré no hace tanto en Madrid. Y esto me recuerda, a su vez, a X, mirada quemante y ojos rientes, sofocada de altura y de belleza. Y a ella -ya lo habrán observado- va dedicada esta entrada insegura de hoy.

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