jueves, 9 de febrero de 2012

Paraíso cercano

Entre las frases que me repito para ahuyentar el miedo, me pasa siempre, están unos versos de Luis García Montero: "Quiero entender tu noche, tu sed, tus libramientos, / tu vivir en las sílabas que componen tu nombre, / tu quedarte dormida, tu me voy a la cama, / tu silencio acostado, / las cosas que me pasan cuando sueñas conmigo". Con nervios e ilusión te busco entre las sombras a las puertas de Tanhauser. Aún veo rayos C sobre los neones de Gran Vía o de Sagasta. Los versos vuelan como miradas incandescentes y, a veces, Peter Pan grita en mi garganta en un rastro de infancia y el Lord Jim que llevo dentro prepara una nueva huida. Trato de resistir a este frío que me araña la cara pensando en la clase de hoy, y se lo comento a mi amiga Patricia. "Eso de tener ganas de ir a clases del máster muy normal no es: háztelo mirar", me comenta dulce e insistente. Aunque el máster es, la mayor de las veces, un disparate confuso, está plagado de ciertos paraísos cercanos, de relaciones humanas, actitudes y estados de ánimo que influyen en lo que hago y en quien soy. Hay muchos pequeños paraísos a lo largo del día y de la vida. No hay calle o café que no cuente su historia. Hoy encontré muchas / muchos que me han hecho feliz. Estoy agradecido: revivir la memoria de los peces, sonreir al girar el rostro y encontrarte con tu destello a la puerta de mi aula, el país de tu Literatura, charlar contigo un rato realista como febrero, tu voz discreta que es uno de los míos. El mundo, en su precariedad, está por agrietarse. E inmerso en mi nuevo / viejo libro pienso que nada está perdido. Mañana no será lo que Dios quiera.

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