jueves, 29 de septiembre de 2011

Buenos días, Benedetti

Es agradable vagar por las calles de Gijón, con el otoño por todas partes. Quisiera quedar con F y compartir café pero el tiempo y las prisas no me lo permiten. Cada uno de nosotros es consciente del azar que nos impulsa cada día. A primera hora de la mañana me ha llevado a tropezarme con un tipo similar en todo -aspecto, estatura, gestos-, al viejo Benedetti. Bien: estaba a mi lado. Le había caído la cartera al suelo. La recogía sin alarma y con gran naturalidad, y la guardaba antes de cruzar el semáforo. Cosas como éstas nos enseñan a vivir. Luego, ya en el café, retomo unas palabras que Saramago le dedicó en su libro (ya póstumo), El último cuaderno: "Murió Mario Benedetti en Montevideo y el planeta se hizo pequeño para albergar la emoción de las personas. De súbito los libros se abrieron y comenzaron a expandirse en versos, versos de despedida, versos de militancia, versos de amor, las constantes de la vida de Benedetti, junto a su patria, sus amigos, el fútbol y algunos boliches de trago largo y noches todavía más largas". Cierto que era un hombre misteriosamente vivo, el mejor de los poetas de muchas generaciones. Aún recuerdo con entusiasmo ciertos versos: "Claro estaré en la orilla del mundo contemplando / eclipses / y regatas / y me pondré sombrero para mirar la luna / nadie pedirá informes ni balances ni cifras / y solo tendré horario para morirme". Nunca te irás si te sigo teniendo entre mis sienes, y tras tus versos me encuentro a salvo.


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