jueves, 12 de abril de 2012

Trabajo fin de máster

Sigo atareado con mis trabajos del máster, en mi paraíso desierto, y con mi herrumbroso equilibrio. Concluida mi reseña rugiente sobre Peter Pan -he disfrutado abriendo ventanas a la esperanza-, reviso anotaciones, de par en par, que he de entregar sorteando erratas como tornados, a mi tutor. Son una serie de divagaciones y apuntes de diario que ahondan en el instante del Centro e intentaré, para variar, mantener el carácter poético que encharca a todos mis escritos. Sé que es disparatado y continúo creyendo, como Baroja, que "yo como escritor no soy gran cosa; no fui Tolstoi, ni Shakespeare, ni Dickens". Pero uno lleva tres décadas con el corazón tiritando  al sur, siendo excesivamente poético y, sobre todo, en estos últimos meses luminosos: en cada redacción exiliada, en cada actividad que es un estado de ánimo, en cualquier escrito para cualquier asignatura convulsa. Y, libre y distinto, así lo haré en el Trabajo Fin de Máster (TFM). "Dices que te distrae tu trabajo fin de master" me dice, tan hermosa como una ninfa, mi amiga Montse. "Pues enhorabuena, si consigues que te distraiga tienes futuro". Nunca tengo reparo en contar mis apuestas personales, perseguido por todos los perfumes. Así lo hago ahora. Mantengo la transparencia y la autenticidad. Mi TFM será sencillo / complejo, amable. Y ya está. Consistirá en, no ya realizar una programación -que también-, sino en describir / recordar lo vivido en este lapso de tiempo, en plantear mis teorías incandescentes (algunas, no todas). Somos rehenes del miedo, nos atenaza, nos paraliza, nos impide entrar en contacto con la realidad de la que formamos parte, modificarla en nuestro barrio / desbarrio, entre bordillo y bordillo. Tenemos miedo al ridículo a leer en público, a la falta de empatía que debiera definirnos como seres humanos, a la ausencia de justicia y dignidad en un mundo que parece derrumbarse. El mundo, decía no recuerdo quién, solo empieza a estar claro con uno mismo. Así las cosas, haré el experimento con una utopía que funciona, con la amplia certeza de que lengua y literatura son dos palabras que debieran conjugarse siempre en la misma frase. La guerra es la misma. La lengua es un vehículo para llegar a la literatura, y la literatura es (o debiera serlo) una forma para llegar a la lengua porque de ella surgen historias a las que no prestamos demasiada atención. Uno se forma académicamente, pero también se forma en otras muchas cosas. Una Facultad, al igual que un Instituto, es un foro de debate, un foro de pensamiento, un foro de convivencia. Y en él hay que perseguir el vocabulario de la realidad. En fin. Con todo y con eso, largo es el viaje en el que estamos. Pero menos aún con tus consejos,  luciérnagas inquietas que guardan el tesoro.

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