al sentirme renacido, como en casa,
casi en cualquier sitio.
No me canso de ser transeúnte de ti.
Y voy buscando nervioso el estruendo de tu risa,
mi piel queda expuesta al frío glacial y a las heladas.
Pero también a tus besos futuros
que necesita nuestra ciudad.
Probablemente los paisajes pacíficos de Astillero
se encuentren en cualquier ciudad donde el naufragio
nos salve la vida. Volveremos a pagar nuestras deudas
al café Cires, intenso y emocionante,
al que, cuando tú y yo éramos adolescentes,
íbamos a refugiarnos en sus sofás rojizos, en una noche eterna,
y esperábamos una respuesta,
y como respuesta solo encontrábamos una pregunta.
Somos los veranos luminosos de la infancia,
la luna de Leopardi, la mirada en un puente a un río del olvido,
con un silencio conocido al lado de tu silencio.
Perdona mi insistencia. Hay puentes, como hay fotografías,
que se parecen al alma de uno.
Así que, en definitiva,
seguiré con la ciudad implacable dentro de mí. Vamos a ello.
Y me perderé en ella buscando mi pasado,
esa palabra mentirosa, pues vivimos.
Yo no sé qué diablos será de mí y de tu mirada.
Pasarán tantas y tantas cosas.
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