martes, 17 de abril de 2012

Más Llamazares

Me topo en plena Uría con un transeúnte que me impide el paso -resulta ser José Luis Sevillano. Me invita entonces a ir a La Corte, un buen lugar donde tomar un café en paz, lo cual le convierte, no hay dudas, en uno de mis mejores amigos. "La Corte está entre los once cafés más glamurosos del universo", le digo insensato e irónico. Charlamos de esto y de aquello mientras recuerdo, no sé por qué, una de las frases de Sabato: "Hay días en que me levanto con una esperanza demencial". Me hago, ferviente, en Personajes -convenzo al transeúnte que empieza a cansarse de mí, a que me acompañe- con una edición de El giocondo, de Francisco Umbral (comprado en Librería "Gema" hace 41 años). Ya son varias las que tengo. Pero Umbral nunca se acaba. Voy al café Ayre Hotel de Oviedo y sigo con Llamazares, con "El color del mundo", un trabajo que medito a tientas para el máster. "Para detener lo fugaz, lo instantáneo, hay que fijar la vista en una cosa, mejor cuanto más efímera". Todo es pasajero, todo es fugaz, todo es frágil, parece decirnos el autor de Escenas de cine mudo, y la fotografía o la memoria son un buen vehículo para que esa fragilidad se torne fortaleza. Nos habla de la importancia de la memoria en hombres y mujeres que se desprenden de historias, sentimientos, emociones vividas, por culpa del olvido que se impone. Lo cierro. Y abro ahora Entre perro y lobo, su obra periodística. Aparece, profunda, la misma idea: "El paisaje es solamente una pantalla en la que proyectamos con la mirada la memoria fugaz de lo que fuimos. Pues, como dijo el viajero, aunque un paisaje permanezca inmutable, una mirada jamás se repite". Jamás se repite. Ya nada va quedando. Pero el caso es que hay días que me levanto con una esperanza demencial. Y no cambiaría una mirada tuya por ninguna mansión en el mundo.

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