jueves, 13 de octubre de 2011

El mendigo

Qué extraño es todo (debo dejar constancia de ello). Me encontraba leyendo en un banco de la Losa. La borra del café, de Benedetti. Me dispuse a comer la empanada casera que hace siempre mi padre. Sabe a gloria (algún día me dejaré convencer para aprender a hacerla). Al poco rato apareció un hombre desconocido. Enseguida me di cuenta de que se trataba de un indigente. "¿Tiene un trozo de pan o algo de comida para darme? Lo que sea". "Es que tengo hambre". Es claro que en su mirada concurrían todas las tristezas del mundo. Durante un segundo contuve el aliento. Entonces, en mi condición de privilegiado, le respondí: "Claro que sí" (llevando una porción de empanada a su mano) "Toma esto". "Toma algo de dinero, no es mucho". "Toma unas servilletas" (en tanto vi sus manos ennegrecidas). "Dios te lo pague, muchacho". Como es obvio, mientras escribo ahora estas líneas, desconcertado, se me pasan por la cabeza todo tipo de pensamientos de pena y abandono. Habría que tratar de ordenar el mundo (lo digo de veras). Todos somos mendigos, al fin y al cabo, con unos cuantos días de permiso. Nunca es tarde si la acción deseada es buena.

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