viernes, 21 de enero de 2011

La risa en la que anido

(14:12) En el tren de cercanías apenas una docena de usuarios. No hay nada más atrayente que un viaje de tren, pienso. Algunas veces imaginé que viajar era marcharse. Ahora sé que viajar es recordar súbitamente. Ver volver. Y volver a ver. Vivimos en un mundo temperamental donde los pasajeros quieren decir cosas, son penetrables, están llenos de certidumbres rugientes, nos hacen ver y no ver, dejan briznas de sentido. Apunto: a mi izquierda un tipo bien vestido, con gafas, joven y aparentemente feliz, que está leyendo. Acaso algún libro de Kafka. Delante de él tres hombres con el pelo muy blanco, majestuosos, dinámicos, conversan acerca de subterráneos y de aparcamientos. Por último, al fondo, aunque nadie pueda verla, me parece entrever una muchacha morena, de unos 35. Está muy pálida, parece convaleciente, pero aun así me sonríe, radiante. Y entonces mi rostro se organiza alrededor de su mirada y me doy cuenta de que otro mundo es posible, y de que lo más hermoso es siempre lo más inesperado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario