-Cuidado con este Umbral, que tiene mucho peligro. Acaba de conocerte y ya te llama cielo". Cierro el libro al llegar (que no defrauda), y quedo con JLS. Le comento entonces un posible título de poemas que ha surgido: Un abrigo de varios fríos. No le veo yo muy convencido. Luego, ya con la soledad a cuestas, me topo tras una década, menuda y afable, a G., paseando un enorme perro (que tiene cara de bueno). Me recuerda a la tristeza de uno de mis poemas:" La tristeza es un perro enorme / rendido de impaciencia / que a mí me parecía / feroz, y que se convirtió / en mi enemigo. / Y lo asumí. Las pocas veces que lo veía / el pobre animal me gruñía / casi por compromiso, / pero en cuanto advertí / que estaba atado a una cadena, / entonces yo también / -en un signo de cobardía / de que tengo memoria- /me decidí a gruñirle, frente a frente". Para finalizar el día, lastrado y vencido, quedo con mi amiga A., para comprar libros de viejo y de nuevo (lo viejo es nuevo todavía, no me cansaré de decirlo). Me quiere invitar a Cuaderno del Guadarrama, de Camilo José Cela (que podría haber firmado Julio Llamazares), pero no me dejo. Ya te invita con tu presencia, dice la librera. Y no le falta razón. Charlamos luego de esto y de aquello y la luz que alumbra su sonrisa me reconcilia con el mundo. Esa misma que yo pensaba apagada para siempre. Traigo en el corazón todos los lugares donde estuve, me digo con Álvaro de Campos. Me abrigará para siempre este día que nunca acabará, ni siquiera cuando todo acabe.
martes, 19 de junio de 2012
Un abrigo de varios fríos
-Cuidado con este Umbral, que tiene mucho peligro. Acaba de conocerte y ya te llama cielo". Cierro el libro al llegar (que no defrauda), y quedo con JLS. Le comento entonces un posible título de poemas que ha surgido: Un abrigo de varios fríos. No le veo yo muy convencido. Luego, ya con la soledad a cuestas, me topo tras una década, menuda y afable, a G., paseando un enorme perro (que tiene cara de bueno). Me recuerda a la tristeza de uno de mis poemas:" La tristeza es un perro enorme / rendido de impaciencia / que a mí me parecía / feroz, y que se convirtió / en mi enemigo. / Y lo asumí. Las pocas veces que lo veía / el pobre animal me gruñía / casi por compromiso, / pero en cuanto advertí / que estaba atado a una cadena, / entonces yo también / -en un signo de cobardía / de que tengo memoria- /me decidí a gruñirle, frente a frente". Para finalizar el día, lastrado y vencido, quedo con mi amiga A., para comprar libros de viejo y de nuevo (lo viejo es nuevo todavía, no me cansaré de decirlo). Me quiere invitar a Cuaderno del Guadarrama, de Camilo José Cela (que podría haber firmado Julio Llamazares), pero no me dejo. Ya te invita con tu presencia, dice la librera. Y no le falta razón. Charlamos luego de esto y de aquello y la luz que alumbra su sonrisa me reconcilia con el mundo. Esa misma que yo pensaba apagada para siempre. Traigo en el corazón todos los lugares donde estuve, me digo con Álvaro de Campos. Me abrigará para siempre este día que nunca acabará, ni siquiera cuando todo acabe.
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