quedó congelado.
Dirijo mis pasos
rumbo hacia tu rostro,
a la última isla
luminosa
como el viejo Crusoe,
allá donde
nos encontramos
heridos de vida y de nostalgia
portando tu sonrisa clara.
Al lugar donde Ulises soñó
con su Ítaca lejana
mecido por el rumor
del canto de las sirenas.
Donde nos llenamos de interrogantes
encallados en la arena
lejos del mundo y sus fusiles.
Cruzo por el horizonte
perseguido por la utopía convencida
y quemado por tu silueta
me digo que estoy vivo.
He recorrido cientos de kilómetros
en medio de tanta tormenta,
contando los relámpagos.
Sigo la estrella de los vencidos
abriendo los ojos de par en par.
Todo acaba en ti, y las palabras
dibujan mundos mejores
sinceramente nuestros.
Perdona el retraso, dices.
Respiro, recuerdo qué es vivir,
que aún no ha anochecido. Y aún no es tarde.
Llegamos a la tierra de Ulises.
El viaje continúa.
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