sábado, 16 de junio de 2012

Estación

El mundo como nunca había sido. La luz, enigmática, lo ilumina todo en los dulces raíles de la tarde.

Rumor de ciudad, nada parece haber cambiado y hay, literalmente, una juventud de otro tiempo.

Una mujer se acerca a mi epílogo con muy poco ruido, exenta, libre del trajín del día.

Ante mí voces que se levantan. Miradas curiosas.

La temperatura apenas si llega a los veinte grados.

Unos obreros, diestros, dejan para mañana lo que podrían haber hecho hoy.

Quizá la felicidad sea esto, coger trenes, dice alguien detrás de mí.

Cafés hospitalarios en el espejo de mis ojos, ecos de la alegría.

Se despierta exacto, solitario, el saludo seductor de la noche.

Dejo esto en el poema, sin darme por vencido, cuando el tren se va por fin. Las manos de sombra me dicen adiós, y un silbido cruza por el corazón de la ciudad, que va a mi lado.

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