Desde el café buscas que el poema te abra su puerta,
te diga qué será de todo, qué rumbo sigues, el nombre
de la muchacha que tan cerca te miró a los ojos,
y su mirada era un país extraño,
y un básamo inacabable.
No sabes si encontrarás alguna respuesta. Quizás
estaba en el rumor de sus últimos pasos, o en su forma
de caminar por la plaza al marcharse, que no te supo interrogar;
y en la desganada costumbre que caía lenta, empapando
viejos sueños y fantasmas. Bien lo sabes: que todo pasa
tan deprisa que no nos damos cuenta de que pasa.
A menudo queda el reflejo de quien se marcha, el rastro
de la respuesta que estuviste a punto de encontrar
y se te escapó sin remedio, como el bullicio de fondo,
por entre las briznas y los versos.
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