domingo, 3 de octubre de 2010

Según se aleja

De pronto me desperté pensando que estaba en Astillero. Sentí un placer enorme, a decir verdad, al pensar que me encontraba en aquel municipio querido. Ya saben ustedes lo que quiero decir. En secreto hice los planes de lo que me proponía hacer a través de todo el día: pensaba desayunar en el Café Cires junto a la plaza del Mercado, dirigirme como de costumbre al paseo de la antigua vía del Ferrocarril, ingenuo e inmaduro, bajo el tenue sol de otoño. Fue entonces, al agarrarme unas tediosas manos fantasmas, cuando pude darme cuenta de que, ya se ve, no estaba en Astillero. Una prueba más de que es posible ser más dichoso en sueños que en la realidad.

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