
 
 Me levanto cambiando la escena. 
Ando, asustadizo y sentimental, 
de un lado para el otro. 
Atravieso prematuramente (apenas 
son las 8 y no hay casi 
transeúntes) la calle de la Paloma 
desde la Plaza de la Catedral, 
contemplo entonces en mi marcha 
el café Central y el España 
como un enjambre de luciérnagas. 
Burgos, aquí estamos y te miro,
miro tus autobuses tan rojos como 
tus labios cargados de utopías. 
Sonreír, lo sabes bien, no es una 
excusa cuando la vida es tu 
perfume, gente hermosa caminando 
por las plazas. Amanece. Recorro 
toda la Avenida del Cid para 
familiarizarme con la ciudad que 
aún bosteza en este otoño 
difícil y febril. Hoy he sido un 
viajero sin tristeza, aunque 
pienso que todo te nombra, 
huérfano y borroso, tan sin ti. 
En tu ausencia te diré que si 
estuvieras aquí brindaríamos 
por las briznas de futuro, por la 
vida tan verdad que se encierra 
en tus ojos. Somos de la incertidumbre 
finalmente. Burgos, luminoso y 
escondido, es una estatua con 
espada y con pasado. Repaso viejas 
postales en mi mente. Si supieras 
lo que haríamos si estuvieras aquí. 
Te lo digo con rotundidad, nunca 
es tarde. Será un viaje fugaz pero 
me dará tiempo a escribir 
borradores, preparar alguna cita, 
leer nuestros nombres escritos 
en todos los árboles que tiemblan 
en el parque, comer como en casa 
sin estar en ella. Con la que 
está cayendo y yo me acuerdo de ti 
y de tu lápiz de labios. 
Reivindico el recuerdo de nuestros 
ratos y palabras. Somos lo que 
somos. Y arrastramos besos y 
mensajes mientras el mundo 
parece derrumbarse. Pero no es 
tarde. Aún otro mundo es posible,
ése que soñaré a tu lado. 
 
Leyendo tu post he recordado por qué amo tanto mi ciudad, y por qué la echo de menos.
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