Dice Proust que en el aroma 
reside la memoria involuntaria, 
que es la mejor de las memorias. 
Me desperezo con urgencia 
a eso de las 11 
recordando qué es vivir. 
Estoy en silencio 
que es la única manera 
de que me oigan 
desde la certeza de otro mundo mejor. 
O yo qué sé. 
Uno está hecho un lío. Veremos. 
Llevo en el alma, llevo por alma 
un fondo de aula con atardeceres prohibidos, 
con ausencias prohibidas, 
con pisadas prohibidas. Echo de menos 
todo lo que llenas, como Robinson huérfano de vida. 
Empieza el verano y, como siempre, 
uno hace propósito de progresar en la escritura. 
Vendrán tiempos mejores, me digo,
con un suspiro 
que atraviesa el horizonte de la ciudad 
hasta quedar congelado 
entre los transeúntes que cruzan por Uría. 
Somos de donde nos hacen felices, 
de donde nos echan en falta las ausencias, 
de donde acaba el espejismo.
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