Comienza un nuevo día.
No llueve. La ciudad bosteza.
Voces en fuga
en el café que siempre habito.
Me miro en el espejo, ése
en el que la infancia, que era la patria,
se aleja lentamente.
Pienso en ti llenándolo todo,
en un abrazo nuevo, en nuestro café pendiente.
Escribo: somos los rostros que dejamos atrás,
el viejo Instituto, la carretera de Galicia
que nos acerca a casa,
vistiendo otros cuerpos.
Tropiezo con tu luz de supernova,
con tus ojos insomnes.
No sé qué decirte,
entre tanto estrépito de olvido.
Hay mucho ruido en el exterior.
Soy un hombre que anhela tu sonrisa,
febril y deseada, como anhelo el futuro
que me llama con tu voz.
Me visto con ropa de calle,
a veces la distancia puede ser hermosa
pues encierra un aprendizaje
con pisadas alejándose en la plaza.
Los días pasan como trenes descarrilándose,
que sueñan con el viaje, con nuestro encuentro
encerrado en tus pupilas.
Como soy dado a la sentimentalidad
diré que, cuando regreses,
comenzará otro nuevo día,
el tráfico detendrá su marcha implacable
igual que el mundo.
Te contaré entonces que fue de mí
y de los recuerdos que duermen en mi vientre,
mientras cae la tarde cálida,
las ganas de verte.
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