El tren se ha detenido en la estación de una ciudad 
cualquiera.
Tras los amorfos sueños grises de cemento, hay un 
amanecer metálico y lechoso. Huele a café y a 
corazón de lluvia.
Una mujer vende tabaco y periódicos del día con la 
tinta fresca aún.
Voces. Rumor de pasos urgentes.
En los andenes, montones de viajeros y maletas.
Unos obreros suben al último vagón enormes fardos de 
aburrimiento.
A lo lejos, un hombre pasa silbando una canción con las 
manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta.
Cuando el tren se va por fin, su silbido queda clavado 
en el corazón de la ciudad como un cuchillo.
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