jueves, 22 de marzo de 2012

La máquina del tiempo

A uno le gustaría que las páginas de este diario fuesen como un rincón del corazón de la Baja, de Pessoa, o tuvieran la ingenuidad del niño parado frente al cine, un oscuro edificio de dos plantas alzado, al final del pueblo, entre las escombreras y las tolvas de la mina, como decía Llamazares. Le entrego Escenas de cine mudo a mi amiga Ángela y el mundo, pasajeramente, vuelve a ser luminoso como siempre es, como es sabido, cuando se entrega un buen libro. Un libro profundo hace el mundo mucho más grande si hay una sonrisa prendida en un rostro. No sé. Lo viejo es nuevo todavía, y quizás hay ciertas luces apagadas que iluminan más que las luces encendidas, que decía el poeta. Abro mi ejemplar, y me encuentro: "Los recuerdos. A veces -la mayoría-, no son más que carteleras, escenas de una película que se quedó reducida a cuatro o cinco momentos y a la que solo puede dar vida el foco distorsionado de la máquina del tiempo". El instante de hoy, si pudiera pensar, se pararía. Hay sonrisas que esperan al doblar cualquier página. Hoy fueron las siete en el eco de las verdades desveladas.

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