viernes, 31 de agosto de 2012

Un río, más o menos, es la patria del poeta

Citar a Manrique parece cosa un tanto tópica, pero el autor medieval convive con nosotros, está en las conversaciones más tardías: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir". O más bien podemos decir: nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el olvido. Algunas veces en el trancurso de un viaje, no de trabajo o de estudio sino de descanso, he encontrado por azar hermosos lugares inexactos como ríos que uno nunca llega a entender -reflejos de sí mismo-, ciertos ríos que han seguido luego acompañándome animosamente, de ciudad en ciudad, de olvido en olvido, y en los que he disfrutado a la vez de sus aguas que traían las huellas de mi pasado -¿de qué son símbolo?- y de aquellas otras en las que, obviamente, nunca podré bañarme dos veces salvo iluminado por la luna del recuerdo. Normalmente, uno va haciéndose preguntas sobre sí mismo. Seguramente hay ríos que se parecen al alma de uno. Seguramente hay ríos que abren sus puertas, que han de gustar mucho a quien lleve dentro de sí, fiel, una madurez declinante, como el río Asón, vivo y poderoso, preparado presumiblemente para darse un paseo hasta el camping de Ramales de la Victoria mientras la luz pinta de colores la mañana, con sus grandes vistas y su naturaleza deslumbrante. Uno disfrutaba de verdad viendo sus aguas.
Miro pasar la gente que va y viene a mi alrededor, le presto atención a cosas a las que antes no atendía. Y entonces llega la única respuesta. Que uno ha llegado a amar el Asón más que a nada en el mundo, al igual que Alberto Caeiro amaba, de entre todos los ríos, el de su pueblo, porque era el suyo. Pues bien. En los lugares hermosos que visitamos hay, ciertamente, recovecos a los que, más allá de sus límites, después de tiempo, terminamos por dejar de volver. Son páginas que uno reescribe, piedras que tira a la lisura de un río que era la misma vida. Hay que decir -aunque yo no sea Manrique- que hay ríos que tienen vida, que son apropiados para la nostalgia, que despiertan y nos dicen algo ciertas noches, como el río del viejo Siddharta. O no tan apropiados: algunos son solo olvido y penumbra pero, así y todo, son ríos al fin y al cabo.
De vuelta a El Astillero, sí. El hombre, compruebo ahora, , es el ser de lejanías de Heidegger, pero algunas mañanas de voz, mi río se convierte en el grato río de la memoria. Así, el Asón, que es nombre hospitalario, su reloj parado -ya digo- en estos días. Sus aguas, familiares y rápidas, van y vienen. Me inundan. Me mareo un poco con tanta velocidad. Cómo se agradece un río intemporal en que conservarse joven. Me resisto a la cuenta atrás o adelante de las aguas del tiempo. Hay bloques de pasado a la deriva y me habitan unos días. Porque cualquier río semejante a mi río es la eterna mirada del pasado, la eterna mirada de uno mismo. ¿Qué mundo era ése? La mañana es, sin duda, como una espada vieja. El viajero que fui, queriendo huir de todo (incluso de estas líneas), sabe que le entusiasman las aguas de paso sosegado. No es que entienda gran cosa, piensa ya sin paréntesis, pero sí piensa que siempre le han interesado las aguas. Hay algunas aguas perdidas que uno guarda, sin saber cómo ni por qué.
Vuelta al Asón, el río de un poeta que no duerme y sueña con la tinta que le dio, con un libro que debió haber escrito hace ya tiempo, y su honda nostalgia se le resuelve en palabras todo el tiempo. Viajero por El Astillero, registro en un cuaderno secreto, en los días de siempre. Con la ilusión mojada, mi verso tiene el curso de sus aguas, todo lo que yo era. Algunas veces, todavía hoy, no puedo dejar de mirar un río, cualquier río, e imaginarme las aguas del Asón. La mano del tiempo, que todo lo borra, no me las ha arrebatado, hacen horas extra. Y, cada vez que lo miro, ya no me encuentro aquí sino en un paseo camino del camping de Ramales de la Victoria, y nada importa en el mundo más que observar cómo se desliza su cauce de una forma radiante. Eso hago, inventar -¿recordar?- una adolescencia que fue así (o lo soñé, que es lo mismo).

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