martes, 30 de octubre de 2012

Invitación al rescate

Me parece urgente mirar cada atardecer, con nervios e ilusión. Observar curioso barcos absorvidos por la línea del horizonte, cada puesta que cambia de luz notablemente, igual que cada rostro. Y es emocionante. No sé qué decirte, el alma está por los aires, y nosotros nos miramos a los ojos. Me sumerjo en mi estrépito de novela como un náufrago extraviado, hago nuevas amistades de red social y oídos luminosos, con quienes charlo a menudo, siendo martes y casi noviembre. El caso es que, secretamente, te busco en el leve surco de la vida, que tiene aroma a comienzo. Este otoño tan agosto que nos quema y tú, incólume, vestida de amanecer, buscando luciérnagas inquietas que se esconden en lo oscuro, mientras Gijón bosteza. Estos son días cortos, me recupero de las fiebres, recito a Kavafis sabiéndome Ulises, preparándome nuevas huidas en este país maltratado. Que no se me olvide regresar. Fuimos felices y lo seguimos siendo sin volvernos de espaldas. Tú, con la incertidumbre de si realmente te escribo, de si soy hombre de una sola mujer o de muchas llenas de irrealidades. Abre una puerta, y allí me encontrarás mal disimulado. Sabes que cada mensaje cercano me deja una sonrisa colgada en la cara. Sabes que soy de quien me busca, que voy, aunque casi siempre vengo. La crisis estalla con torpe paciencia. Nueva York es un búnker del que escapan viejos fugitivos, y yo, mientras, levanto la mirada. Hago planes, vivo, siento, en estos tiempos de crisis financiera. Y estoy deseando ya verte, que me rescates.

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