domingo, 13 de abril de 2014

Inéditos de Lorca

El balbucir del caimán que se traga mis bostezos, las torres de ruido hacia tres mil espaldas, el inmenso ejército de ventanas, las brisas doloridas.

Todos habéis oído hablar de la imaginación. Para mí la imaginación auténtica es caminante, avanza como avanza el caballo puro sapientísimo.

Rascacielos, inmensos letreros, los negros que esperan, que crecen, que cantan. Americanos rubios y niñitos degollados. Protestan a la espera de la barcaza de prestado día y noche y siempre. Un hombre apoyado en la barandilla del embarcadero. Una aceptación de soledad, la multitud, el agua aulladora.

El gran Rafael entiende que los Diarios verdaderamente vomitan la bienhechora melancolía: son mis cuatro paredes blancas.

Cayó un chaparrón de manera exacta, lo demás se lo llevó el viento, y, cristalino, nos empapó. Todo el mundo se comprendió mejor bajo la lluvia.

Como ardiente apasionado del teatro es curioso cómo surge la protesta cuando la hermosa muchacha está en los horrores del drama y de la tristeza. Es el mundo visto siempre, siempre, siempre, a través de ella.

En nuestros sueños y en nuestras nebulosas somos todos cante jondo, color espiritual y siguiriya, vocablo facilísimo.

Estamos, por primera y acaso única vez en la vida, a veinte mil leguas de las palabras que manan y de todos los temperamentos.


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