Entrar en una librería de saldo es 
abstracto y desolado para cualquier 
escritor impresionable, es como la 
paráfrasis recelosa del olvido: en 
sus nichos de madera y barricada ya 
los libros tienen una belleza que 
entristece, una sombra sin color que 
vive y se desvive por esa ciudad de 
notable desentendimiento.
 
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