martes, 30 de diciembre de 2014

Sedentarismo, apunten, fuego

Hay verdades como camaleones y hay pasiones que a veces se terminan. Los lugares no significan lo mismo para todo el mundo. Soy las ciudades cargadas de paciencia que son exactas a mi memoria. Mi cuerpo está entre las verdes montañas de Ramales, el corazón en el café D'Hauteville de París, la mano derecha en El Astillero, la izquierda en la playa de los Locos de Torrevieja escribiendo versos que nunca fueron tu tesoro, la vista en el color dorado de la Plaza Cataluña en Barcelona donde no ha dejado de brillar el sol o en el Parque Güell con boca de caimán, mis labios sin vértigo en las tardes de La Laboral, una en concreto, el olfato que es la memoria involuntaria en el perfume de tiempos pasados y ciudades lejanas. En lo que tiene que venir. Es así, tan sencillo. Quien me conoce me busca en lo que no sabe de mí. Me gusta la dicha de ver extraordinarios escondites que no guardan las distancias, de oír, de escribir a lo perdido, de vivir el tú y el yo.  Converso con iluminaciones, con cafés distintos y no tengo ninguno tachado. Es fácil de entender. Me paro como Alberti frente a un árbol de mi casa para escuchar segundos rojos y lo veo por primera vez porque nunca lo había visto. Me atraen los mágicos dibujos con aves que vuelan como yo porque así te busco a ti, las rutinas que rompen las paredes con su risa si las juzga la anaconda del día con su interrogatorio. Vale la pena luchar por cualquier primavera. Al final de la noche siempre hay tantos viajes que no se arreglan. Pero yo tengo un confort despegadizo. Esa es mi verdad. No tengo heridas en desiertos que fueron ríos. No te engañes. El diluvio de futuras capitales de la alegría. Los acordes de nuevas carreteras. Mi asombro y escombro. Eso no, vida mía, eso no voy a dártelo.


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