Un hombre no es hombre hasta que no 
escribe una novela. Releo un par de 
folios de mi borrador en marcha, con 
espuma de utopía, como si fuera un lector
X, y me encuentro con el fragmento en
que Max, su protagonista, en una 
metamorfosis kafkiana, se transforma 
en pájaro. Dice: "Al despertarme me 
encontré encima de la acera convertido
en pájaro de la idea. Esa era mi 
caótica metamorfosis. Aterricé en la 
calle Ruiz de Alarcón justo enfrente
de la casa número 12, donde vivió Pío
Baroja. Ignoré la casa de ladrillo 
rojo con su par de miradores como 
ignoran los pájaros todo acerca de la 
historia de la ciudad". Después, 
continúo leyendo, y el pájaro acude al 
Parque del Retiro, pasa a ras de la 
plaza del Duque de Alba y allí se 
topa "con músicos y mendigos que piden
por pedir", casi le cae un libro encima
en la Cuesta de Moyano, tropieza con 
bibliófilos, con Poe y Dostoiewski, 
tenderetes, mirones, hasta llegar al 
Café Gijón. Vuelto Max / protagonista,
en mi novela, se pone el traje 
umbraliano de alter ego y entra al 
café dice "para sentirse algo. Alguien".
Allí se encuentra con José García 
Nieto ("el hombre bueno a quien más 
debo en esta vida"), Cela, Pepe Hierro
que fuma compulsivamente, y algunos 
otros pero que son gañanes líricos,
con espantables pleonasmos, que no 
interesan aquí. Es costumbre, que queda
muy literario, que adelante a mis 
lectores fragmentos de mi novela. No 
es nuevo, ya lo he hecho en este diario.
En mi novela resucitaré por ejemplo 
a la Tertulia del Café Gijón o la de 
la revista Ínsula en la calle del 
Carmen. De la primera dijo el propio 
Umbral sobre el autor de La fundación:
"Antonio Buero Vallejo tiene en el 
café su odiador oficial, enfermo y
silencioso, que estaba en otro rincón
diciendo cosas terribles del autor 
famoso". O de la segunda: "Recuerdo 
un cierto rechazo tácito de Cano 
hacia mis cosas. En aquella tertulia 
semanal, donde alguna vez vi a 
Celaya, nadie me hacía ningún caso,
de modo que no volví". En mi novela 
regresarán por inercia varios de mis 
referentes: Gómez de la Serna, Lorca...
El propio Max / Umbral tendrá una 
conversación profunda con su amigo 
Cela ("ciento quince kilos de escritor,
ciento quince kilos de maestro, ciento
quince kilos de tiempo", dejó dicho).
El hombre siempre busca al hombre. Habrá
una buena dósis de ficción en la 
Tertulia y así, como la habrá abstracta
pero no abstrusa, en Nueva York, cuando
el conductor del autobus sea Antonio
Muñoz Molina (Muñoz Molina no conduce
autobuses en Manhattan, corrección 
que hago para el tonto de la cosa). 
Me encuentro en mi libro reciente. Las
tertulias con sus impersonalismos y las
rencillas literarias siempre me han 
interesado. Oscar Wilde afirmó sobre
Alexander Pope: "Hay dos maneras de 
sentir aversión hacia la poesía; la 
primera es tener aversión hacia ella,
la segunda es leer a Pope". De Jane 
Austen y sus novelas dejo dichó Mark 
Twain que "la sola omisión de los libros
de Jane Austen convertiría en bastante
buena a una biblioteca sin un solo 
libro". El propio Max / Umbral hará 
guiños a la tertulia de Enrique Vila-Matas
en su Viaje vertical: " Iban cayendo
las palabras, los papeles. En la 
Tertulia había poca carnaza que echar
a las fieras pero estaban muy 
amaestradas". Sigo con mi novela. La 
operación es larga y bonita. Pues hale,
tome usted asiento desocupado lector, 
abandonemos al tonto de nuestras 
vidas para pintar mucho la novela y 
echar un buen vistazo. Siempre lo he 
dicho, mi novela tiene mucho que
pintar. Manos a la obra.
martes, 21 de mayo de 2013
sábado, 11 de mayo de 2013
Coherencia de chisme
Iban cayendo las palabras, los papeles.
En la Tertulia había poca carnaza que
echar a las fieras, mortalmente vivas,
pero aún así estaban muy amaestradas.
viernes, 10 de mayo de 2013
Mis hogueras y mis días
Prendo fuegos a la impertinencia, 
hogueras con días, calles, fiebres,
horas, pensamientos, luces, miedos.
Estoy anclado en la memoria, condenado 
a mi pasado, sujeto a la sublime 
felicidad. Prendo fuego a la pluma.
Sí. Hay que incendiar la pluma. A mi
pluma no le va el hielo insoportablemente
frío y distante. Tengo derecho. 
Disfrazado de metáfora amanece el día.
Continúo con mi oposición de futuro,
con un tema sobre la novela española
en los primeros años del XX. Me 
detengo en Gómez de la Serna, del que 
se dice que "nos brinda una de las obras 
más prolíficas y diversas de la 
literatura española, en tanto 
observamos todo tipo de libros: 
reflexiones, apuntes, "teatro en 
soledad" y teatro representable, 
greguerías, efigies literarias, 
biografías, crónicas más o menos 
periodísticas, obras de crítica 
pictórica, artículos, ensayos, otros 
libros inclasificables y novelas".
De él dejó dicho Umbral no hace 
tanto rato: "Ramón se había inventado
eso de fabricar un poema en prosa a 
partir de una pequeña noticia del 
periódico". Día metaforizado. Gómez 
de la Serna. Fuego. Me da por 
rescatar su Diario póstumo y 
me encuentro varias greguerías 
verídicas y profundas: "El pájaro que 
no puede volar disimula ese no poder,
pero siempre hay un niño que lo 
descubre y lo agarra". "Colas de cine:
colas de hambre de fantasía". "Ningún
bostezo como el que lanza la maleta
cuando se abre al final del viaje".
"Soy feliz, pero lo que veo es que no
tiene porvenir mi felicidad". Cierro 
el libro pensando en lo que veo, en el
porvenir de mi pasado. Día metaforizado.
Gómez de la Serna. Fuego. Solo me 
sueña, tras la ventana del café, un 
hombre silencioso que soy yo mismo,
extático.
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