martes, 25 de junio de 2013

El palacio del azar

"En la vida, en realidad, no hacemos más que cruzarnos con las personas. Cruzarnos y siempre por azar. Y separarnos siempre" (Julio Ramón Ribeyro).

jueves, 13 de junio de 2013

La angustia de Cheever

John Cheever -se te ocurre pensar- lo leíste hace ya años. "No disimular ni ocultar nada, escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad". Te preguntaste siempre qué habría querido decir con eso. Te parece increíble, complejo, que un hombre pueda escribir sobre todo lo que le pasa sin ningún pudor. Subir esas escaleras de sombra interminables que conducen a la vergüenza polvorienta.1957 fue un año importante en la vida de Cheever, te dices mientras el camarero te trae otro café y un agua con gas. Dejó escrita, armoniosa y caótica, su primera novela, Crónica de los Wapshot, que le valió el Premio Nacional del Libro (National Book Award), un premio de deseo y proliferación. Está inspirada en su propia historia -la de su padre y su madre en proceso de mirar el mundo desde la gran ciudad abandonando el pequeño pueblo de Saint Botolphs. Le siguió años más tarde El escándalo de los Wapshot (1964) que continuaba la saga.¿Adónde va la felicidad, el dolor? El de Massachusets va más allá: escribir sobre el sufrimiento de Tántalo, la magnitud del desaliento entrevisto en sueños, la desesperación. Cuenta Andrés Trapiello que a quien escribe un diario le acontece la misma cosa que al fotógrafo, de cien instantáneas le sirve una solo, y todas las demás hay que tirarlas. ¿Es que hay que recordar cien momentos dolorosos y residir en uno solo? El dolor está en un orden que es un desorden. ¿El escritor ha de viajar sobre los necios túneles de la angustia, sobre el bien y el mal, todavía fuertes y erguidos? Estás en el café, reflexionando, con la lagartija del día mirándote a los ojos, lírica y fatigada. Te parece increíble que un escritor tenga que renovar sus fuerzas constantemente, dejarse transportar por la belleza del dolor.

martes, 11 de junio de 2013

Las multitudes interiores

Pizarnik me mira fijamente un buen rato y acaba diciéndome: "Yo y la que fuimos nos sentamos en el umbral de mi mirada". Yo y el que fui, pienso para mí, vemos vivir y moverse a X, sin que ella lo sepa.