miércoles, 30 de marzo de 2011

La estación

Alguna vez ha contado uno sus viajes a Gijón. Hoy tengo que ir de nuevo. Me subo al tren de cercanías y en el trayecto aún puedo leer unas páginas de Las cosas más extrañas, de Andrés Trapiello. Anoto solo este fragmento: "Donde hemos sido felices no se deberían sacar fotografías, porque algo de esa felicidad se pierde en ese instante, como si los lugares se vengaran así de nuestra presunción de querer meter el océano en un hoyo, ayudados de una venera". Llego puntual, ni un minuto antes ni un minuto después, a la nueva estación de Gijón-Jovellanos. Es como entrar en otra ciudad, en otro mundo. Me salgo de mi rutina y me tomo algo en la cafetería. Cierra los ojos, me digo. Y al abrirlos es como regresar a Bilbao y a Barcelona y contemplar todo con otra vista, con vista de niño. Al salir de ella empiezo a errabundear y se me quitan todos los males. Trata uno de encontrar un estado del alma, de sacar toda la poesía que reúna la ciudad. Con un sol esplendente, hago mi recorrido de bibliotecas y continúo con mi trabajo intelectual. Me hago, entre otras cosas, con El tigre de Tracy, del narrador californiano William Saroyan. Me da vueltas todo el tiempo una frase de Pessoa: "Si no hubiese tierra en el cielo, más valdría que no hubiese cielo". Ha transcurrido el día. Pienso sobre la marcha en cada detalle vivido, y me acuerdo de tu sonrisa que es una forma de consuelo. Tal vez haya venido a este cuaderno para decirme que tenemos toda la vida por delante. Siempre nos quedarán Las flores del mal de Baudelaire o el París de Bogart. Cierto: seguimos vivos y, más o menos, incólumes.

martes, 29 de marzo de 2011

69

Cuando te acostumbras al amor, lo mismo se va.

La mentira

Sale uno por la ciudad que habita y ésta le mira desde todos los balcones de las casas. Uno a veces quisiera ser también balcón o ventanal para contemplar la marejada de la vida que pasa en un lento amanecer (pero de eso hablaré en mi próximo relato). Tomo anotaciones de café con leche y me dirijo luego a la Pérez de Ayala. Saco en préstamo Ventanas de Manhattan, la novela-relato de Antonio Muñoz Molina. N. y yo soñamos a menudo con ir a Nueva York, con cenas en restaurantes transitables y tomar perritos calientes, con grandes paseos sin los silencios por cada una de las extensas avenidas. De observar edificios volando por las nubes que, a su vez, nos observan. "Yo oigo las sirenas y murmullos de Nueva York" se decía Lorca y me encuentro al abrir el libro. Y uno aspira a poder oirlas flotando en el asfalto contigo. "Me perdía entonces por la ciudad", leo en el segundo capítulo, "tan completamente como no he vuelto después a perderme, ni en ella ni en ninguna otra, sin distinguir los puntos cardinales y sin la menor idea de lo que podía encontrarme al doblar una esquina", que es la mejor forma de perderse pienso ahora al cerrar el libro. Llego a la Facultad y me encuentro con R. "Mientes", me dice. "Mientes en el libro que te regalaron de Trapiello". "Mientes en lo de los maniquíes". "Mientes sobre esto y sobre lo otro". Uno estuvo a punto de responder lo que Luis Aragonés le dijo a Raúl cuando éste afirmó que iba a ir a la Eurocopa: Ya sabes más que yo... En el fondo, me gusta que R. sea tan neurótico con mis escritos. Hoy me da la idea para algunas líneas futuras sobre la intimidad del escritor. "La intimidad del escritor de diarios le mira desde muy adentro", improviso de pronto. Veremos cómo quedan.

lunes, 28 de marzo de 2011

Contador de días

Sucede que empiezan a contar los días. Los lunes son dudosos. He trabajado en mi próximo relato pero las líneas no llegan y me percato de que tardaré en hacerlo más de lo que pensaba. Estos días es difícil concentrarse. Llevará por título La ventana misteriosa. "¿Es de miedo?" -estoy seguro de que me preguntará X- "No, no lo es. Te gustará" -responderé entonces. Últimamente uno se cerciora de que mi relación con X es más cercana de lo que era. Es una sensación hermosa, y eso le llena a uno de una ilusión irracional. Luego, un gran paseo por la ciudad junto a J. L. S., al que noto agotado. Me regala Hombre sin descendencia, el libro de poemas de Braulio Ortiz Poole. "No tenía que haber bajado", me comenta. "Estoy que no me tengo". A su marcha compro un libro más que aceptable, Los fantasmas de mi cerebro,  del gran escritor catalán José Mª Gironella. Son una selección de más de ocho mil folios, según nos advierte el autor -reducida a solo unas trescientas páginas-, en las que se incluyen cuentos, crónicas, algún artículo periodístico, conferencias y textos sueltos. Al curiosear un poco me encuentro con "Mi casa, la isla, la ciudad", en donde dice: "Cada día he de bajar a la ciudad (Quieren que ande, que camine). Conozco a  ciegas el itinerario. Conozco una por una las losas de las aceras, los baches; sé que al doblar tal esquina oleré a pan, que al doblar tal otra oleré a gasolina. Es como si caminase sobre mi memoria". Me reencuentro con el sol de la mañana que piso, y soy más o menos feliz. Sigo con mi rutina de trabajo regular, respetando la cita de estos lunes agotadores, como diría mi amigo. Y pienso que llevar un diario es sentir sobre uno el peso de los sueños que faltaban.

sábado, 26 de marzo de 2011

A veces tu alegría soporta a mi memoria involuntaria

“Dulce olor a ciudad”, admitía el poeta. Quedo con Javier Álvarez —con el pretexto de que me inspire algún relato nuevo— en el Cambridge pero, junto con mi hermano, acabamos brindando por el instante. Él está leyendo El conde Lucanor, lo cual a uno no le sirve de mucha ayuda. Me entrega Los confines, de Andrés Trapiello y eso hace que a uno se le quede prendida una sonrisa en el rostro. Lo observo luego, descentrado hacia alguna idea necesaria para mi futuro cuento. Pero nada. Ya casi mediodía, como en El Molinón acompañado de un mal (muy bueno en realidad) vino, mientras pienso en que la vida de uno es hermosa en lo que es. Y reparo así, minuto por minuto, en ti que te llamas Noelia o Almudena, no sabría decir por qué, y me llega entonces tu alegría navegable, eterna y afilada, aunque tú no lo sepas.

Dulce y feroz

“Es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido”, decía San Agustín. Pero uno nunca aprende.

La libertad es un trayecto de tren.

Al viajero le mueve la nostalgia. Al turista, el aburrimiento.

Cada día salto la barrera de la palabra.

Cuando pienso en los elogios, me mareo.

Llueve y ni tan siquiera es la lluvia de París, de Barcelona o de Astillero.

No te fíes de nadie, y menos de ti mismo.

Se tropezaba por las tardes con el silencio y se emborrachaba de él.

Motivos: la conversación tranquila en la barra, la supernova de tu pecho, el faro de una mirada encontrada.

En el café La Corte la pasión de los nombres: Café Cires, Café D’Hauteville, Café Central…

Pensamiento nuevo, poema cercano.

Todos tenemos nuestro hospicio dulce y feroz: el recuerdo.

viernes, 25 de marzo de 2011

Tu perfume

Terminé con interés El que espera, el conjunto de relatos de Andrés Neuman. Gran maestría al realizarlos. Comenzaré ahora Mil cretinos, del catalán Quim Monzó. De él dice Vila-Matas: "Si fuera norteamericano, estaría considerado como uno de los mejores escritores de cuentos del momento". Me siguen dando vueltas ideas para un nuevo relato, en el que trabajaré muy pronto. Fuera, el viento barredor se apiada de mi cuerpo y me trae tu perfume que atraviesa escarchas y suspiros, de un mundo lejano. Tarareo una canción mientras vuelvo a tus pasos, y el mundo duele menos.

jueves, 24 de marzo de 2011

El instante raro

Hojeo El instante raro, la Antología poética de la cubana Fina García Marruz (La Habana, 1923) editado por Pre-textos. Algunos poemas son intensos, y en ellos la melancolía está presente con gran fuerza como ocurre en uno de los sonetos iniciales, “Y sin embargo sé que son tinieblas”: “Y sin embargo sé que son tinieblas / las luces del hogar a que me aferro, / me agarro a una mampara, a un hondo hierro, / y sin embargo sé que son tinieblas”, o el caso de “Vida”, acerca de lo efímero y de la fugacidad de lo existente: “No es sueño. Iba en un tren que ¿a dónde iba? Pasaba / por sembrados de caña. Iba alegre, / lo recuerdo muy bien. Hacía proyectos. / Pero ¿cuáles eran? ¿Y con quién hablaba? Tras el cristal, velados, / los montes. Trato de recordar”. Pero también hay cabida en el libro para otros que me interesan menos, como los que tratan sobre cuestiones religiosas. Al margen de ellos, la poeta destaca por su capacidad reflexiva, hay ciertos versos que me traen a la mente al gran poeta ovetense Ángel González (“Recuerda aún los adverbios temporales: / ahora, nunca, luego /, todavía, ya no…” decía en “Tal vez mejor así”, uno de los que yo prefiero). Es el caso de “Verbos impersonales”, que aquí copio: “Por qué no puedo decir / que / habiendo llovido yo / algunas tardes / anocheciese sin remedio / si no estuvieses conmigo, / por qué no puedo decir / cuánto / nevé aquel abril infausto / o / escarchará la dicha / para todos? / Ah, no tengas miedo! / Jugaremos con la nieve”. Versos sencillos y amables de la integrante del llamado "grupo de los diez" o segunda promoción de Orígenes (1944-1956) junto con José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Gastón Baquero, etc. Una gran poeta, con todo, de habla hispana.




Fina García Marruz, El instante raro, Editorial Pre-Textos, 2o1o.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Invitación al trayecto

La mejor forma de viajar es para uno, lo ha dicho siempre, la del tren. Uno toma asiento con su presagio y mira el día que despunta, el misterio impenetrable de la vida. En un tren se encuentra uno al abrigo de todo, saborea el espejismo, con sus pupilas expectantes. Podría decir que generalmente uno viaja para cruzar alguna palabra con su diario, para leer ciertos libros indecisos o de agenda. Pero también lo hace para conocer la ciudad que ya conoce, tan antigua como hermosa, o para buscar tu nombre entre las callejas azules y luminosas, cuando las nubes están abiertas, como es el caso. Oye uno tibiamente hablar a los transeúntes futuros y se deja mecer por el río de las conversaciones. Son gentes exactas, iguales a nosotros, y eso le reconforta a uno con el mundo. Qué lentas las horas en libertad sin que llegue el anochecer. Me rondan en la cabeza unos versos de Joan Margarit: “Estoy pensando en ti dentro de un tren / parado en la estación de una ciudad / en la que nunca estuve. / Una estación de andenes fatigados. / De difícil crepúsculo. / Cuando se acaba el tiempo / es tan desolador atreverse a soñar. / El tren arranca y cruza frente a unos edificios. / Detrás de una ventana iluminada / distingo el interior: es un instante / con la vaga sospecha de unas vidas. / Tampoco es mucho más lo que conozco / de lo que hemos llamado nuestro amor”. Más tarde uno escribe estas líneas en el café de costumbre, mientras revisa sus anotaciones de viajero e imagina que cada ser desea siempre un tren a su medida, que lo lleve al borde de su destino. Entonces uno paga el café, recoge todos sus escritos y sigue el trayecto, a sabiendas de que mañana probablemente estarás a mi lado y oiré tu voz llegar. Aún seguimos vivos.


martes, 22 de marzo de 2011

El reflejo

Lo más propio, íntimo, del agua es el reflejo; incluso cuando este reflejo no aparece del todo visible -por haber sido accidentalmente alterado, enturbiado-, no deja por ello de estar allí, latente, ocupando su sitio (Ramón Gaya).

Rutina

Hoy, cuando me levanté, me encontré con el sol de los días mejores. La primavera es locura, y se lleva las lluvias metálicas (se imagina uno). Cuando llego a Oviedo es como si estuviera recién construida, todo está en orden, sumergido en café. Y uno que es viajero se pone a recorrer las calles como si fueran ajenas, a pesar de haberlas recorrido tantas veces, de atravesar siempre los mismos barrios y las mismas direcciones. Me voy a ver librerías de viejo. Suele ser una imposición razonable. Y esta mañana más que nunca. Entre los libros comprados uno especialmente valioso, Las sibilas de París (pequeñas cuestiones palpitantes), de Enrique Gómez Carrillo. Lo hojeo y me percato de que hoy justamente se cumplen 101 años de que fuese editado en Madrid. Una verdadera reliquia que ha llegado hasta mis manos. Por un impulso, naufrago en su lectura. "Estamos en el tiempo de la quiromancia y de las quirománticas. En cada esquina hay alguna sibila misteriosa... Cada barrio tiene su antro predilecto... Cada clase social proclama con energía sus preferencias por uno de los sistemas adivinatorios en boga", dice en "Las sibilas del bulevar", aunque bien pudiera tratarse del comienzo de uno de los poemas de Luis García Montero. Sé que el libro no se despedirá de mí y me acompañará en muchas ocasiones. Acaso sea ésta razón suficiente por la que uno es partidario de este tipo de viajes. Vuelve uno a la rutina inapelable, rutina en la que todo lo que ocurre, ocurre siempre por uno mismo.

lunes, 21 de marzo de 2011

Encuentro

Me encuentro con Martín, y le doy mi ánimo ahora que la tristeza le agarra de las solapas y se resiste a la despedida. "Me emocioné leyendo tu diario", le comento. "Ahora comienza una nueva etapa", parece decirme con una mezcla de dolor y afecto. Pasan varios minutos. Me despido de él y confío en verle sonreir en breve espacio. "Lo peor de la muerte debe ser la primera noche" decía no recuerdo quién. Lo peor de la nostalgia también debiera durar una noche, piensa uno. Se apaga el silbato del tren que se aleja. Somos tiempo.

domingo, 20 de marzo de 2011

Me basta así

Basta con un solo lector, y un rincón del mundo es suficiente (Andrés Trapiello).

Me sigue

"El tiempo, como sabemos, tanto cambia como uno", escribió Saramago. Para empezar el día, recibo varios mensajes de X: "Treintañero inquieto, estás entrando en la mejor década de tu vida". Y a propósito de ésto imagino, como  Borges, que todo amanecer nos finge un comienzo. Por eso la necesidad de este sol de primavera que arde en mi pecho. La vida nos deja un rastro que ayuda a recomenzar donde no recomienza nada. La juventud regresa incandescente, me agarra de las solapas y me levanta de la cama. Recuerdo lo que me queda pendiente e intuyo la huella dactilar de tu sombra que me sigue. Entonces uno vuelve el rostro, afortunado, y te mira. Eres tú, que formas parte de la vida. Me apresuro despacio.

sábado, 19 de marzo de 2011

Como antes era

Día hermoso y completo. En el tren ocupa uno su asiento, junto a la ventanilla. Uno mira la vía de los trenes e imagina que el tiempo pesado pasa tan rápido como la luz. Luego observa todo con ojos de niño, a pesar de los 31 que lleva a lomos: "La memoria es una pesada máquina que ayuda a poner en movimiento remotas ruedecillas dentadas y resortes. Si todos recordaran en una misma dirección, el mundo avanzaría diez veces más rápido y armoniosamente", vuelvo a Trapiello. Ya está uno en Gijón: Café Cambridge, Café Central, Café Don Pelayo, Café Puerta del Sol, Café Alaska 19, Café Lidia, Café Velázquez...Me falta visitar el Café Les Candases (me parece que no tardaré en hacerlo). Lo cierto es que todos son extraordinariamente hermosos. Luego paseo con el cielo azul, sin una nube, y tú me sigues como una perfecta sombra. El viajero es experto en nostalgias y en fijar la mirada únicamente en aquello que importa de veras. 10950 días cargados de promesas que se van y me dejan un poco desamparado. Me despido de los 30 de una manera precipitada. A uno no le gustan las despedidas. Recibo la lamada de X y entonces vuelvo a ser como antes era pensando en lo que debe ser vivir. Uno cree que hoy es lo que era ayer, y seguirá siendo. Llegarán emociones intensas. Aún queda todo por hacer.

viernes, 18 de marzo de 2011

Aquella nuestra

El día me recibe con amabilidad y calor. Es una mañana radiante, como aquella nuestra. Recuerdo unos viejos versos: "Ahora, / gobierno aquellas tardes conmovidas / en que te estaba esperando / con paciencia de niebla, / y ya no estoy sin saldo / y entonces cruza un sol tranquilo / en medio del invierno áspero". Luego, el mundo rompe con su discipina y detiene su giro implacable mientras pienso en tu sonrisa. Las cosas van a ir bien.

jueves, 17 de marzo de 2011

La cosa en sí

El peso de un nuevo día. Y hoy apenas escribió uno todo lo que debiera. O sea, que ni siquiera pudo uno hacer balance de lo que había vivido. Porque en realidad vivir es escribir, y escribir -no menos importante- es pensar, cierto, da igual cómo se mire. Va a tener razón M. y quizá trabajo demasiado. He hecho, sin embargo, anotaciones, subrayados, todas esas cosas que un escritor desea para sus libros. Al llegar a La Corte, una vez más, le espera a uno un café y un vaso de agua encima de la mesa. Cuestión de la edad y cuestión de tiempo pues uno lleva viniendo aquí algunos años (ya ha llovido). Me pongo a leer La cosa en sí, de Andrés Trapiello y el libro ilumina al café. Un autor, este leonés, tan bueno como ambicioso al que nunca me cansaré de leer. "Cuando te da por un autor, te da de verdad" -me dice un amigo al que tengo afecto y simpatía-. "Primero Umbral, y ahora Trapiello", añade. Sí, primero Umbral y ahora Trapiello, me digo luego, y sigo siendo feliz, igual que lo fue Pessoa, escribiendo sobre esto o sobre aquello.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Misteriosamente feliz

Viaje a Gijón. Me vienen a la mente unos versos de mi poema "Trenes": "En cada amanecer / me subo a algunos trenes de vida / y marcho por direcciones imaginadas / a lugares que no recuerdo ni conozco / sin saber muy bien qué busco". Y hablando de trenes, dijo Andrés Trapiello que tal vez el único lugar donde un hombre moderno puede ser enteramente feliz es en un tren. Y a ser posible, piensa uno, en un tren para viajeros silenciosos. Comienzo la lectura de La brevedad de los días, conjunto de artículos publicados allá por 1998 en el "Magazine" de La Vanguardia. En él no solo nos habla el autor de trenes, sino también de coleccionistas, de dobles que son idénticos a nosotros, de novelas, de rincones del mundo, de la vida. La vida..., dice Trapiello,  es un gesto, el brillo en unos ojos, la visión del mar, insondable y majestuoso tanto como la contemplación de esa pequeña hierba verde que crece, indiferente a la opresiva cuadrícula, entre los adoquines de la calle. La vida -añade uno-, esa sonrisa frágil que tercamente reclama ser imagen inconsciente, el café Tenampa en el que lo difícil es encontrar una mesa libre (porque es uno de los cafés más bonitos del mundo). La vida...observar minuciosamente a la gente que pasa emprendiendo nuevas huidas, con maletas o soledades a sus lomos o a aquella otra que uno tiene a su alrededor. Caminar luego, sin rumbo, como un pequeño Soares por la Baja, con el olor de tu sombra, misteriosamente feliz.


martes, 15 de marzo de 2011

Lluvia

Viene otra vez la lluvia con prisa y sin alma y apenas tiene tiempo de despedirse. Comienzo y acabo Poemas 1926-1977, de Paul Bowles, y me percato de que me gusta más como narrador que como poeta. Solo me entusiasman un par de versos ("Si te paras estás perdido", "La noche avanza pero las huellas permanecen") o de poemas ("Serenade au Cap" o "Escena VIII"). Continúo con Los objetos nos llaman, y con mi relato, que avanza como un barco a la deriva (imaginándome el final, no quiero forzarlo). Sigue la ayuda de Noelia que agradezco.

lunes, 14 de marzo de 2011

Acierto

(1o:35) En el fulgor del primer café con José Luis Sevillano. Me entrega En la belleza ajena, de Adam Zagajewski, como adelanto por mi cumpleaños. Y lo agradezco. Es un libro que siempre quise tener entre mis manos. Parece (es tan extraño como difícil) que acierta siempre con mi regalo. El año pasado fue Noches de blanco papel, de Roger Wolfe. Y el anterior El oficio de vivir y El oficio de poeta, de Pavese. No puedo tener yo queja. En el tren de cercanías, de regreso a Mieres, comienzo un relato que espero terminar esta semana. Llevará por titulo provisional "El regalo". Incluiré tal vez en él el nombre de Noelia, pues me está ayudando mucho con su escritura. Antes de llegar a casa hago balance de lo vivido en estos años. El sábado pasaré de los 3o y llego a la concusión de que el tiempo no me agobia, me gusta cumplir momentos. En ese sentido (en momentos vividos) podría decirse que ya soy bastante viejo. En días sucesivos trataré de cumplir, convengo conmigo mismo, tantos momentos cumplidos como promesas. Nunca es tarde.

domingo, 13 de marzo de 2011

Los objetos nos llaman

Amanece y llueve, y la lluvia nos moja por las calles de la ciudad en la que habitamos. Echo un vistazo al libro de prosa poética que me regaló Martín en la tertulia. Después leo un puñado de relatos de Los objetos nos llaman, la extraordinaria obra de Juan José Millás, y la impecable impresión que penetra en mis sienes, que se cuela íntegramente en mi interior, me llena de abrigo y abre el cielo. Ganas de escribir algunas líneas sobre maniquíes móviles y hombrecillos sacados de Gulliver. Ahora sé que lo misterioso acecha a la vuelta de una página. Ahora recuerdo qué debe ser vivir.

sábado, 12 de marzo de 2011

Mirarse a los ojos

El ladrido que más muerde es el del olvido, me susurra una voz al despertarme. Luego, al revolver entre antiguos papeles me encuentro con unas anotaciones, ya no sé si mías o ajenas, pero poco importa pues lo que uno escribe después de la adolescencia es ya siempre repetición de lo leído. Aquí os las dejo:

"El buen escritor desconoce si sabe o no sabe escribir realmente".

"Nunca es mañana, todavía es siempre".

"Pessoa nació para no publicar".

"Los días de lluvia las ausencias se transforman en catedrales".

"Aquí sin ti: un extraño".

"Escribir es la manera más profunda en que uno puede leer su propia vida".

"En el ascensor la seriedad es abundante".

"Luna: soledad indefinida".

"El buen recuerdo y la buena dicha nunca encogen".

"En las playas, nuestros zapatos se convierten en relojes de arena".

Álbum es un buen seudónimo para el olvido".

"El asfalto es la estancia de la derrota".

"Perro: sombra del hombre".

"Mirarse a los ojos no es sencillo cuando te vistes de viento".

viernes, 11 de marzo de 2011

Sobre el viaje

Melancolía de los viajes, sentido del tiempo del viajero, su desorientación (Miguel Sánchez-Ostiz).

jueves, 10 de marzo de 2011

Afán de incertidumbre

Leyendo un poema de Jorge Galán, de su libro El estanque colmado hay unos versos que me persiguen durante toda la mañana: “Diez millones de puertas acaban de cerrarse. Un millón de / palabras / se acaban de decir. Un millón. Una sola”. Ahora, mientras tomo un café sentado en una de las mesas de La Corte, tan mía y tan ambigua, te espero. Entre tanto miro, tras el cristal, la calle como si fuera un museo, plagado de cuadros hermosos y con prisas. El día está brillante, luz que quema en mi pecho y en mi ánimo. Pronto llegarás tú con tu mirada inequívoca, y sentiré nuevamente tu perfume que lo explica todo. Me costará despedirme.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El espejismo

Oviedo es una ciudad amable en estos días contradictorios, casi omnipresente, al alcance de la mano, y a mí me gusta recorrerla mirándolo todo y sin rumbo fijo, tratando de seguir tu risa que siento cercana. Nos lo dijo el viejo Benedetti, que el amor es un sueño abierto, un centro con pocas filiales. Y tú y yo lo suscribimos. Oviedo huele a neumático recalentado y a ferrocarril subterráneo. Oviedo huele a ti, que estás entre mis párpados, a tu espontaneidad y a tu perfume que combate las heladas y promete ser eterno.

Viejas cervecerías que conservaré como recuerdo, pequeños cafés de la plaza de la Catedral. Cafés que jamás han cerrado y que ahora quieren tomarse el desayuno, beberse a pequeños sorbos la mañana. Oviedo es tu risa que era mía, como un eclipsado espejo. Pura vida.

Pasan coches y autobuses, como tantas veces lejos de París, y yo camino entre la gente como un rayo de nostalgia y observo todo con ojos de poeta. La Calle Uría, ancha y bella, me lleva como un río silencioso hasta La Losa, donde me siento en un banco para hacer balance de lo hallado y de lo perdido en el camino, y repasar las nuevas promesas, que intentaré que no sean vanas.

Es cierto. El tiempo es una música misteriosa, a menudo implacable, alterando corazones galopantes que tratan de no quedarse inmóviles. Pero, a veces, ciertas veces, es un privilegio, el de poder asistir al milagro de conocerte. Contigo y por ti la sonrisa de éste que escribe no se le cae de la cara.

Oviedo huele a ti, que estás entre mis sienes, como un espejismo. La mañana va cayendo extraña y maravillosa mientras, feliz por el hecho de que tengamos toda la vida, me acuerdo de ti.

Poeta en Roma

Me hago con Poeta en Roma, de Jorge Eduardo Eielson, el libro editado por Visor que abarca hasta diez libros del autor peruano escritos durante sus años romanos. Lo que más llama la atención es que por sus versos corre una luminosa serenidad, como se nos advierte en el prólogo, de quien anhela lo que no tiene. Así ocurre, por ejemplo, en "Via Appia Antica", de Habitación en Roma, en el que el yo poético se encuentra en espera de alguien que aún está por llegar "mientras se mueve el sol / de un día a otro / y tus vestidos vuelan incendiados / por la via appia / con mi corazón latiendo siempre". A veces este sentimiento sereno está abrigado por una férrea soledad: "frecuentemente / cuando estoy sentado / en una silla / y estoy solo / y no he dormido / ni comido ni bebido / ni amado / tengo la impresión de caer en un abismo" o en "todas las mañanas cuando me despierto / el sol arde fijo en el cielo / el café con leche humea en la cocina / yo le pregunto a quien me acompaña / ¿cuántas horas he dormido? / pero nadie me responde" (dicen "Via della Croce" y "Foro romano", respectivamente). Asimismo en "Cuerpo transparente": Nadie me espera ni me conoce ni me mira / mi cuerpo es humo materia indiferente / que brilla  brilla  brilla / Y nunca es nada". Pero también hay en ellos lugar para la inquietud e incertidumbre como nos demuestra el poeta en "Via Veneto": "me pregunto / si verdaderamente / tengo manos / si realmente poseo / una cabeza y dos pies / y no tan solo guantes / y zapatos y sombrero". En ciertos poemas, en algunos de ellos, sostiene también la filosofía zen, de la que se considera representante: "Mirad el silencio de los pájaros. / Escuchad el perfume de las flores". El poema, no obstante, que más me ha vencido ha sido "Papel", perteneciente a Pequeña música de cámara, que copio entero: "Escribo con los ojos / Con el corazón   con la mano / Pido consejo a mis orejas / Y a mis labios / Cada verso que escribo / Es de carne y hueso. / Solo mi pensamiento / Es de papel".



Jorge Eduardo Eielson, Poeta en Roma, Visor, 2oo9.

martes, 8 de marzo de 2011

68

Cualquier travesía es recordar.

Los días contados

En el café el periódico me dice que Madrid es frágil y vulnerable, repleta de espectros que la acechan, ante nuestra mirada impasible. Concluyo el libro que he de entregar mañana. -¿Cuándo coincidimos para brindar por el instante?, le pregunto a X. -Pues cualquier día, es cuestión de organizarse, añade. Pero es que no avisas. Luego rescato de un viejo cuaderno de notas: "No hay día sin alegría. Y no hay alegría que no tenga los días contados". Entonces recuerdo que la noche no ha llegado y rememoro tus labios que anidan en mi pecho. Aún hoy podemos soñar con mundos mejores. Queda todo por hacer.

domingo, 6 de marzo de 2011

El resto de mi vida

En Umbral: "Solo me interesa el presente porque es el sitio donde me voy a pasar el resto de mi vida".

Café Central

Tren de cercanías. Afuera el sofoco del sol que nos estrecha su mano con un gesto cómplice. La mañana, implacable. El tren llega por fin al andén con un aliento contenido. Me siento luego en el Café Central, uno de mis preferidos y podría decir que es como pasearme por el Titanic. Me trae tu nombre a la deriva y vuelvo, atravesando cifras y calendarios, a tus ojos marrones cargados de futuro, y me gusta entonces cuando callas porque estás como ausente. Brindaremos muy pronto planeando sueños en voz alta para nuestras espaldas. Y estaremos repletos de huidas y de razones en tanto los lugares arden y el mundo se derrumba.

viernes, 4 de marzo de 2011

Sin remedio

Día radiante y esperanzador. Me levanto con ganas de escribir. Continúo el relato que estoy haciendo para Vuelta de hoja. Cuando hay inspiración, nada hay que me preocupe. Le doy vueltas a un posible título y se lo comento a X. Me dice que, sea cual sea, le gustará. Leo en Max Aub: "Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio".

jueves, 3 de marzo de 2011

Ajuar funerario

Leo Ajuar funerario, el conjunto de microrrelatos que saqué en préstamo hace unos días. Pertenece a uno de los mejores escritores contemporáneos de Perú, Fernando Iwasaki. -Es un libro muy vulgar, me dijo el bibliotecario del Llano al entregármelo. Hay que saber leerlo, pienso yo ahora. Está agrupado en 89 pequeños textos, de apenas unas líneas algunos de ellos, y en los que predomina un tema común: el terror, pero con la vuelta de tuerca del humor. Algunas narraciones son escalofriantes, como es el caso de "Peter Pan", en que un pequeño le corta una mano a su padre mientras éste duerme para salir de la cotidaneidad, por lo que se convierte en el Capitán Garfio. Pero hay otros cargados de un estilo elegante. Hablo de "El dominio" donde el narrador descubre que ha vendido su alma al registrar la dirección www infierno.com en internet. Pero el que yo prefiero es "La chica del auto stop I", que aquí os dejo:

ERA DELGADA Y TENÍA EL PELO BLANCO y largo como una actríz gótica. Yo sólo quería verla de nuevo y por eso le presté mi casaca. Para tener una excusa y poder ir a su casa esta mañana.
La madre se ha puesto a llorar y me jura que su hija ha muerto hace años. Como no le he creído me ha llevado hasta su tumba y allí estaba ella, blanca como una azucena y con mi casaca negra sobre los brazos abiertos. Parecían alas.
He querido abrazarla y la madre me ha sujetado con fuerza. Ella corre hacia mí. No sé quién me ha mordido primero.



Fernando Iwasaki, Ajuar funerario, Páginas de espuma, 2oo4.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Más lejos

El café con leche de por la mañana es algo así como un compromiso para seguir viviendo, como más o menos dijo el poeta. Y yo me lo tomo, en el lugar convenido, con José Luis Sevillano. -A X le entusiasmas por cómo escribes y por las cosas que te dice, me comenta. No estoy yo tan seguro... Luego, una vez solo, se me ocurre un título atrayente que me gusta, aunque no sé muy bien para qué: Alguien que yo fui, un lugar que fue éste. Quizá para una de las partes de mi diario. Concluyo la lectura de Umbral. Somos, piensa uno, seres de lejanías. Son las cosas las que se mueven, no nosotros. Todo perdura, pero más lejos. Me da vueltas en la cabeza todo esto mientras Oviedo está febril y con cansancio a causa de la lluvia. Y entonces la noche crece a mis espaldas. Vendrá la calma.

martes, 1 de marzo de 2011

Con ojos de batalla

Sigue la guerra del tiempo (la lluvia es una guerra) doliéndonos y nos acompaña como un oso con frío. "El hombre es un ser de lejanías", admitió en cierta ocasión Heidegger y le sirve a Francisco Umbral de pretexto para el título de su libro: Un ser de lejanías. Comienzo ahora su lectura pero me detengo en una frase: "No hay otra salvación que el presente, el presente es todo mío, y me moriré en presente". Y con la cabeza a pájaros uno se siente enteramente presente, con la misma impaciencia que los árboles. Y mientras mis manos rebosan fuego, hago planes. El viento ha cesado y el cielo se abre de nuevo, con ojos de batalla.