martes, 31 de agosto de 2010

Siempre o nunca

El amor y la sombra. Los meses y los días. La nostalgia y el ahora mismo. La tristeza y la alegría. El asombro de un niño pequeño y el futuro imperfecto. Lo dorado de cuando estabas junto a mí y la ceniza que arrastra tu ausencia por las aceras. La realidad y el deseo. El tedio de este día y el júbilo del extranjero. La lluvia que moja tus cabellos y un lugar de niebla. Cuando, desgraciadamente, se deja de querer a alguien -hoy es tan sencillo-, uno se siente escombro. Aunque sigue habiendo esperanza, cierra los ojos y hasta el corazón intranquilo. Algunas veces en un incógnito jardín, los grajos, con discreta presencia, duermen. No sé por qué, por la noche, en plena oscuridad, se despiertan agitados en la arboleda del parque somnoliento, y saltan por las ramas a toda prisa de un lado a otro. Su desasosiego transmite la orden, entre tanto, a otros árboles lejanos y en, corto espacio, rescatan a todos los pájaros, que se despiertan ardientes y elevados, y baten firmes las alas en el aire. Qué gran diferencia, en cierto modo, con los mismos grajos que durante el día cruzan por mi mente.

lunes, 30 de agosto de 2010

IDIOMAS, de Luis García Montero

"Los poetas perseguimos el vocabulario de la realidad y lo convertimos todo en una metáfora de nuestras preocupaciones. Eso es lo que nos permite conocer el mundo en el que vivimos. Como el mundo está del revés, alcoholizado y maniático, le pedí a un experto que me diese clases particulares. Quería aprender su idioma. Las vacaciones son un tiempo oportuno para estudiar asignaturas pendientes.

Llegó el profesor y tardó poco en descubrir que soy un alumno torpe. En la primera clase, copió con buena letra una lista de frases que debía saber de memoria para moverme por la calle. Me llamo Luis. Soy español. Vivo en Madrid, plaza de la Constitución, 2, segundo izquierda. Me he perdido. ¿Dónde está mi casa? Son ahora las dos y media de la mañana. Te quiero mucho, amor. ¿Cuánto le debo a usted? Buenas noches. Estamos en crisis. No tengo dinero.

En la segunda clase, me preguntó si había hecho los deberes, y yo, de forma aplicada, repetí las frases, intentando bordar la pronunciación, con un voluntarioso esfuerzo de la lengua y los labios. Me llamo crisis. No tengo Luis. Son el segundo izquierda de la Constitución. ¿Dónde está mi te quiero? Mi casa vive en el cuánto le debo a usted. Soy ahora medio español, o español y medio, o un 2, o dos veces español por la noche, y un buen Madrid por la mañana. He perdido mi plaza, amor, y mi dinero.


Por los ojos aterrados del profesor comprendí que no me habían aprovechado las horas de estudio. Es difícil de entender el idioma de esta realidad. La sintaxis se parece mucho a la de siempre, pero el vocabulario se llena de falsos amigos. ¿Qué será de mí? Considerando el rigor científico de las previsiones económicas de los mercados y de sus analistas, quizás encuentre trabajo como experto en el Fondo Monetario Internacional o en el Banco de España".

sábado, 28 de agosto de 2010

El fin de semana perdido


Compro en una librería de barrio El fin de semana perdido, de José Luis Piquero (Dvd ediciones, 2oo9), último libro de poesía tras cuatro años desde su Autopsia (Poesía 1989-2004), que le supuso el premio Ojo Crítico. Contiene grandes poemas como Entrevista con el Golem, Mensaje a los adolescentes (que sirve de prólogo) u Oración de Caín, donde dice: "Gracias, odio; gracias, resentimiento; / gracias, envidia: / os debo cuanto soy. / Lo peor de nosotros mantiene el mundo en marcha / y la ira es un don: estamos vivos". Algunos hablan de mentiras y de verdades, de vitalismo y de ruina. Pero de entre todos hay uno, exaltado y triste, que me vence y me convence. Se titula Extraviados, y aquí os lo dejo.


EXTRAVIADOS


Hemos estado siempre aquí.
Nunca ha habido otro tiempo ni otro espacio.
Una mañana el aire
estaba como virgen, intocado
por la mano del dios, y comprendimos:
nunca llegamos, nunca nos iremos.

Una rueda perfecta, si esto fuera una rueda.
Una prisión perfecta, si fuera una prisión.

¿Y por qué iban a ser las cosas de otro modo?
Ellos nos miran pero no nos ven.
Se diría que esperan algo que va a ocurrir.
Nunca ha ocurrido nada
y nada va a ocurrir. Permanecemos.

Ha de haber un milagro en todo esto.
O mejor nos dejamos de milagros.

Aflicción, no nos dejes
ahora que sabemos lo que somos.
Aflicción: nuestra última certeza
cuando ya no nos quedan más certezas.



José Luis Piquero, El fin de semana perdido, Dvd ediciones, 2oo9.

viernes, 27 de agosto de 2010

Cosas innegociables a la manera de Sei Shonagon

Una cierta brisa nocturna, con ojos abiertos. Observar más de cerca el acantilado. Soñar despierto en Marte donde cualquier cosa es posible. Tener la convicción de que uno se siente tan contento de encontrarse con ella como ella lo está de encontrarse con uno. Vagar por las silenciosas y soleadas calles de Astillero en completa libertad. Guardar un secreto vedado a todo el mundo. Aunque nadie lo vea, sentimos un íntimo placer. En una clara noche de luna, esperamos. De súbito nos sorprende el leve ruido de las gotas de lluvia que el viento arroja en las persianas.

lunes, 23 de agosto de 2010

Nubes

Se asoma uno, en la quietud de una ventana, a las nubes claras, púrpuras y difuminadas, y a las nubes cargadas de una suave melancolía, sin ojos tristes, cuando aprieta un ansia de intimidad. Uno ama de veras, absorto en sus reflexiones, admirar con una felicidad indolente, que sigue habiendo calles. Y mientras haya calles y viandantes que las habiten, no lo duden, habrá esperanza. La amplia avenida de un parque público invita a uno, desierta, a contemplarla nítidamente, de un modo perceptible. Hay nubes que guardan un profundo secreto, las hay que están o parecen envejecidas; islas afortunadas; pero también hay nubes que son un reposo apacible y, con ello, traen cielos que no pasan de ser un manchón borroso cuya estela no tarda en desvanecerse. Las nubes pueden ser asfixiantes, palpables, te rodean; es como si te encontraras dentro de ellas, como si tocaras su piel por dentro. Y no está mal. Quien se cruza con ellas entra en el secreto y el secreto es nada. A veces hacen un alto en el destino o cabalgan sin tener más excusas. Eso sí, con ellas y por ellas nos elevamos naufragando entre los cielos que nos llevan por plazas pacenteras o venturosas estaciones, sobrevolamos los tejados de la ciudad que nos reconcilia, tan clara y pura, entre casas que nos miran y gentes que sospechan de nosotros. Por fin, a través de la noche venenosa, vagamente frías, hacen un largo paseo silencioso con pasos acelerados. Y yo las miro, con ojos ardientes, flotante como un fantasma. También se puede ser feliz así.

domingo, 22 de agosto de 2010

Regresos

Bastará decir que los regresos son un vaivén de emociones, brillantes, cortantes, no decepcionan, a veces llegan en el color dorado de la tarde; otras en la oscuridad de la noche; pero cuando los sientes pasar por delante de tu puerta o en medio del jaleo del café, te dan el color del mundo -según compruebo ahora-, no del universo débil y lejano, sino del mundo firme y seguro. Gracias a ellos, lo sé, se detiene toda vida, aparece la estricta verdad: que no somos otros, sino nosotros mismos.

viernes, 20 de agosto de 2010

Será siempre

Como admitía Mario Benedetti supongo que yo "no sé ser otro que ese otro que soy para los otros". Una muchacha cercana, en este caso Lorena Fernández, que es aire, que es verdad, por supuesto amiga, coincidencia a veces...me pregunta cómo se me ocurrió el título de este blog mío (y de unos cuantos, ellos saben quiénes son). Y lo cierto es que yo le respondo que mis fantasmas son este cuarto lleno de mis fantasmas (Pessoa, Amijai, Hesse, Wilde, Andrade y otros que no nombro pero tengo presentes). Todos llevan ya algunos años (o muchos) muertos. Pero me siguen reconciliando con mi olvido, siempre, me abren puertas, me tienden su mano, charlamos, y resultan hospitalarios. He aquí mis versos, sus versos, historias que recojo, algunas mías, otras tuyas, y aquí las cuento, en voz baja. Porque como decía el poeta lo que fue sigue siendo y será siempre.

La mansión de los muertos

Mañana tranquila y clara en Gijón, con el brillante cielo azul. Comemos en El Molinón, caminamos por la playa donde, de rato en rato, yo recuerdo momentos compartidos con Laura, no hace tanto. Luego, al llegar a casa, ya de noche, traigo conmigo casi la certeza de pertenecer todavía a este mundo. Hay unas líneas de Samuel Beckett, curiosas a mi entender, que me siguen muy de cerca. A veces basta con eso: "Cuando estoy fuera, por la mañana, voy al encuentro del sol, y por la noche, cuando estoy fuera, lo sigo, casi hasta la mansión de los muertos".

martes, 17 de agosto de 2010

Un futuro escritor

Me gustan los viajes en los trenes con paisajes imposibles, me gusta extraviarme de mí, aprender del ayer y no borrarlo, sentir hacia adentro de todas las maneras. Retomo las memorias de Ernesto Sábato que, en un principio, llevaban por título Memorias de un desmemoriado, pero que finalmente recibieron el nombre, más apropiado, de Antes del fin. “Cuando alguna vez he vuelto a viajar en tren”, dice , “soñé con encontrar a ese profesor de mi secundaria, sentado en algún vagón, con el portafolio lleno de deberes corregidos, como esa vez -¡hace tanto!- cuando juntos en un tren, yo le pregunté, apenado de ver cómo pasaba los años en tareas menores, «¿Por qué, Don Pedro, pierde tiempo en esas cosas?.» Y él, con su amable sonrisa, me respondió: «Porque entre ellos puede haber un futuro escritor.»

Ernesto Sábato, Antes del fin, Seix Barral, 1999.

domingo, 15 de agosto de 2010

Avanzo sin volver

Avanzo sin volver
jamás atrás la vista.
Sé que vienes conmigo,
muy abiertos los ojos.
No importa a dónde vaya.
La luz que ilumina
el abrupto camino
y las sendas felices
a la orilla del mar
es la luz de tus ojos.
Sé que sigues conmigo,
no importan años, leguas,
amores, extravíos.
Si camino, caminas;
descansas, si descanso.
Alguna vez dormido
he sentido en mi frente
el calor de tu mano.
Pero nunca te he visto,
tan solo te he soñado,
y tu rostro era espejo
que reflejaba el mío.
Vienes a donde voy,
yo no sé a dónde vamos.
No quisiera saberlo.
Sé que siempre sonríes.
Lo que tengo eres tú
a quien nunca he de ver.
Nada más me hace falta.



José Luis García Martín, Légamo, Editorial Pre-Textos, 2oo8.

sábado, 14 de agosto de 2010

Allá lejos

Lo que escribo en mis páginas no es una confesión. ¿A quién podría yo confesarme? Solo cuento lo que me interesa contar. Digo lo que quiero decir. A ser posible: un paseo contigo por el Fontán que se va quedando con nuestras huellas; o nuestros ratos de energías y vaivenes; o de años más o menos sonámbulos; 0 de historias efímeras que creemos y descreemos, y se quedan, lo sabemos, allá lejos.

viernes, 13 de agosto de 2010

Sin camino

Tu rostro no es la luna,
pero ilumina mi corazón atravesando montañas y aguas.

Tan cortos son mis brazos que no alcanzan
a tocar tu pecho que está justo debajo de mis ojos.

Así como nada te impide acercarte a mí,
nada me impedirá llegar a ti.
Sin embargo, las montañas carecen de escaleras,
los ríos carecen de barcos.

¿Quién se ha llevado la escalera?
¿Quién ha destruido el barco?
Elevo una escalera de piedras preciosas y construyo
un barco de perlas.

Te echo de menos, a ti, que no encuentras camino para
venir a mí.



Han Yung Un, Su silencio, Editorial verbum, 2oo2.

jueves, 12 de agosto de 2010

La balanza

En la balanza de aire: donde entran las cosas que no caben normalmente: una música de baile, los escépticos y los optimistas, una comida con buen vino (sin ser excelente) y una buena charla que no buscamos sino que nos buscó; Madrid que nos mira de reojo. En la balanza de aire: hacer el ser humano por viejas y grises callejas en medio de un feliz bullicio o frente al mar, donde convergemos (entre las inmensas arenas, bien lo sabemos, de la nostalgia). En la balanza. Un café a media tarde, tú y yo con Pessoa, él nos deja hacer, sombra y silencio, sin decir nada; Deva, un nuevo título para un poema, Alaska 19; desdenes; En la balanza de aire. Un amor que apenas si llegó a ser amor (por ahora); personas que cargan con su fantasma, personas que vienen y se van, personas solemnes, personas en tránsito a ninguna parte; honestidad y coraje; y John Cusack que nos recuerda eso de que el azar es un regalo al que no prestamos la suficiente atención porque se repite cada mañana.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Todas son mías

Días cómplices y transparentes junto a mi prima castiza, Laura, tras quince años. Ella tiene arte hasta rabiar: es cantante de gospel, bailadora de tango y de milonga, fotógrafa civilizada, tejedora de recuerdos y de esperanzas; y también hace maquetas de avión (esto último, invención mía para variar, pero suena bien...). Hablamos de la fugacidad de la vida y de la fragilidad de los sueños, entre otras cosas; de los amigos, de aburridos fantasmas, de que somos lo que somos; de ciudades y rascacielos. Me nombra, huella a huella, Lisboa, y a mí se me ponen los dientes largos y hasta el coraje. Por eso desde aquí, desde mi mundo, le dedico esta prosa de Mario Benedetti, que se titula, Todas son mías:
"Yo soy un ganapán de las ciudades, con sus glorias y sus congojas, las calles me reciben sin ninguna exigencia. Me ofrecen sus esquinas, sus ventanas, sus puertas. Piso las baldosas y los adoquines y reconozco un aire de familia. Recuerdo que bajo la ducha de un noveno piso de un hotel de Copenhague distinguí los tejados y los faroles y una plaza que me recordó una de Helsinki. Todas son mías. Está la calle de Milán que me transportó a Buenos Aires, digamos a Rivadavia y Talcahuano. Todas son mías.
A veces repaso el campo pero de lejos, y echo de menos las torres, los templos, las estatuas. Entonces me doy vuelta y la ciudad me recibe como a uno de los suyos. No importa si es Praga o Amsterdam o Barcelona. Todas son mías. Camino despacito, reconociendo lo desconocido y juego con los rostros, que por supuesto son ciudadanos. El intercambio es recíproco y yo recibo y doy.
Estas paredes no son las mismas que las de allá, pero las toco como si lo fueran. Hay una evocación alucinada de algo que me pertenece y sin embargo no es mío. Calles y más calles. Esto es ciudad, y punto. Avenidas y arterias que vienen del pasado y quién sabe hasta dónde llegarán. Distritos o parroquias, suburbios o arrabales, las ciudades intercambian su norte y hasta esconden el sur.
A ésta le presto un color de aquélla y me fabrico un éxtasis primario, tan sencillo como el que hace décadas nació en mi esquina. Fui niño capitalino, comunal, y ahora, gracias al mar y al viento, al vino y a la suerte, soy apenas un viejo, claro que más sonante que contante, pero eso sí, siempre de ciudad".
Mario Benedetti, Vivir adrede, Santillana ediciones generales, 2oo9.

lunes, 9 de agosto de 2010

La cuchara en la tierra

En La cuchara de la tierra, hace Hyun Ki-Young, su autor, un largo recorrido sin rebozo ni vergüenza por toda su infancia y su juventud, en forma de memorias. Así ocurre en relatos como “Mi padre” (“Mi padre, que en vida no fue afortunado, consiguió lo menos entenderse con su muerte. De repente un día, sin que ninguna enfermedad concreta lo aquejara, perdió el apetito. En otros quince ya había dejado de comer, y los tres últimos los pasó en coma”); en él afirma: “Para mí el pasado solo tiene sentido durante la infancia y la adolescencia: el resto parece un transcurrir cotidiano sin sentido”; pero también en “El chico en el arroyo de Biongmun” (“Superada la tristeza y la soledad, me volví un niño del pueblo. Pasaba todo el tiempo con mis nuevos amigos. Lo cierto es que me llenaban el corazón de alegría. Cuando estaba con ellos no me daba cuenta del paso del tiempo”); en “El noticiero cinematográfico”, donde hace mención a lo cercano y extraño (“Poco más tarde, en la plaza Kwandokchong, se empezaron a proyectar los noticieros cinematográficos. Éstos mostraban cómo era la guerra realmente: algo alarmante. Aquellos monstruos –que vimos por primera vez en la pantalla- aparecían en forma de aviones de bombardeo, buques de guerra, tanques, cañones desplegados en desorden junto al humo negro que subía hasta las nubes con un reluciente fulgor”); o el que yo prefiero, “El árbol del Mokcusul”, donde es la voz de un vacío la que habla (“Trataré de ordenar mis pensamientos y recordar cómo era el mokcusul que había a la entrada del pueblo. El árbol, que desapareció hace mucho por la ampliación de la calle, solo vive ahora en mi recuerdo”). Pero también muestra –vivo de impresiones- y pone de relieve Ki-Young, a cada paso y a cada relato, los últimos cinco años de la ocupación japonesa, la Guerra de Corea o el alzamiento popular de abril de 1948 en la isla de Jeju, entre otros acontecimientos.
Autor éste de varias novelas históricas, es esta maravilla, no obstante, por lo que consiguió aunar el reconocimiento tanto de lectores, como de crítica.
Hyun Ki-Young, La cuchara en la tierra, KRK, 2oo9.

sábado, 7 de agosto de 2010

Un paseo por Astillero

Hoy mi sueño me regaló un paseo por Astillero. Me encontraba en la Calle Paseo de los Ferrocarriles con el azul del cielo inédito. La atravesé con sus abetos rojos, sus bancos a la espera de algún solitario y la vieja cúpula al fondo; llegué a la Travesía de Orense y disfruté entonces del mundo, mientras hacía tiempo, mientras te esperaba. Me senté, riguroso, en el Café Cires, otra vez más, y me entretuve anotando sin prisa divagaciones, y escribiendo poemas de esos que nunca verán la luz. Al atardecer, entre el errar lento y rápido, recorrí la Ría de Solía por su paseo, hasta que tú llegaste al fin, eco y abismo, con tus labios de niebla y me dijiste cenicienta: Fue un sueño, duró toda la vida...

viernes, 6 de agosto de 2010

Obermann


Hojeo, en un intervalo de calma, Obermann, obra más representativa y singular de Étienne Pivert de Senancour (París 177o-Saint Cloud 1844), la que le llevará a influir más fuertemente en el pensamiento romántico. Lector de Rousseau y los filósofos de la Ilustración, lírico de la Naturaleza y un gran paisajista (de los que pudieran afirmar, como Amiel, que un paisaje es un estado del alma) nos ofrece en esta obra que le salva de la oscuridad, en estas cartas dirigidas a un amigo (que no le contesta nunca) la contemplación de la belleza y la melancolía depresiva, "páginas descriptivas admirables y una delicada sensibilidad de la Naturaleza y del mundo moral" (Ricardo Baeza, 193o). Hay, a veces, en Obermann, una prosa admirable; otras, en cambio, no tanto, como nos advierte el editor en sus Observaciones: "Muchos verán con gusto lo que uno de ellos ha sentido; muchos han sentido lo mismo: éste lo ha dicho, o intentado decir. Pero debe ser juzgado por el conjunto de su vida, y no por sus primeros años; por todas sus cartas, y no por un pasaje cualquiera, escogido al azar, y quizás novelesco".
De todo el océano de pasajes que integran el libro, hay uno, sobre todo, que se quedará en el suelo de mi memoria por ser nítido y brillante, y no lo he escogido al azar ni resulta novelesco:
"Si tuviese que salir de la vida ordinaria, si tuviese que vivir, y no obstante me sintiera desalentado, querría estar un cuarto de hora, solo, ante un lago agitado; creo que no habría entonces, cosa grande que no fuera difícil realizar".
Una obra ésta, con todo, que nunca llegó a perder popularidad (aunque lo fuera a veces en un reducido círculo) en la que uno se encontrará pasiones, amor y Naturaleza.



Senancour, Obermann, KRK ediciones, 2oo9.

jueves, 5 de agosto de 2010

Pessoa

"Donde tú estás, sin haber vuelto nunca de parte alguna, sin voluntad de partir hacia donde nunca llegarás, porque allí ya es ayer, me encuentro contigo. Me mandas sentar: y ambos, a la mesa de uno de los cafés de la Eternidad, escribimos cartas que nunca recibirá nadie. Pero tú te ríes, sabiendo que Él, el inCógnito, las lee, y también posiblemente las escribe, a través de ti, dirigidas a otro que tiene tu rostro y tus manos, y sin embargo no eres tú, y me está mirando, ahora. Y tú me dices: ¡es un fantasma! Y te ríes más en ese limbo donde comienza a bajar un crepúsculo que, en otra parte, se llamaría la Muerte: pero que tú sabes que es más que la muerte y, al mismo tiempo, una vida a la que nadie osará aspirar. Y te callas, pensando en aquélla a quien escribiste las cartas que nunca nadie leyó después de ti, ni ella misma, a la que mirabas, en un escritorio lleno de sol y de viento, pensando en barcos y en velas mientras ella pensaba en lo que tú sentirías por ella, sin saber que lo que tú sentías solo ella lo podía sentir, en ese reflejo de un tiempo donde ella sería, solo, la sombra de alguien que podría haber sido (y esa súbita turba tu sombra, que yo miro, y me asombra)".

II de junio de 1985,
Lisboa.


Nuno Júdice, Un canto en la espesura del tiempo, Calambur, 1995.

martes, 3 de agosto de 2010

Cielo, viento, estrellas y poesía

Leo Cielo, viento, estrellas y poesía, del intimista Yun Tong-Ju, uno de los más grandes poetas coreanos modernos. Hacen la selección y traducción Kwon Eun-Hee y Yoon June-Sick. De entre todas las composiciones (que giran en torno a la infancia y la Naturaleza por lo general) hay una con la que yo me siento más identificado. Se titula, Calles sin carteles .



Llego a la estación
y no hay nadie.

Solo transeúntes,
rostros que parecen transeúntes.

No hay carteles en las calles
ni merece la pena buscarlos.

No hay letreros luminosos
rojos,
azules.

Un benévolo farol
alumbra
cada esquina.

De la mano,
piadosos, todos.
Todos, piadosos.

Primavera, verano, otoño, invierno.
En corro y en orden.


Yun Tong-Ju, Cielo, viento, estrellas y poesía, Editorial Verbum, 2ooo.

lunes, 2 de agosto de 2010

Noche

No podía conciliar el sueño y salí a dar un paseo por las calles oscuras. Presentí, tras el ruido de la puerta al cerrarse a mi espalda, que algo extraño iba a ocurrir, como si en cualquier momento el techo de mi habitación se fuera a derrumbar. Me ha ocurrido otras veces, pero no lo de doy mucha importancia. Serían las dos de la mañana. Hacía bastante frío. Dejé a un lado el puente y callejeé por el parque. No se veía ni un alma. Caminaba con los ojos muy abiertos, con pasos cada vez más veloces para entrar en calor. De pronto, sin que la viera acercarse, había una mujer junto a mí. La gente es verdaderamente extraña. Mientras se disculpaba, sentí una emoción incontenible, en torno a su sonrisa giraba el universo entero. Me acerqué sin vacilar. Apenas podía dejar de mirarla. Secreta, apacible, de aspecto atrayente, tendría unos treinta y cinco o quizá cuarenta años, y debía de haberse casado alguna vez. Nunca se sabe. Iba vestida de gala, con ropa de otro tiempo. Charlé un rato con ella. Con voz romántica murmuró, no sé por qué, algo en una lengua que no recuerdo, y me ofreció tranquila y clara su mano generosa. Cerré los ojos. Solo un instante. Cuando volví a abrirlos, fascinado, la estaba siguiendo por un jardín grande, no un huerto, sino un jardín de flores, una noche imponente, una hermosa noche de finales de verano, con una infinidad de estrellas brillando sobre el negro manchón de la arboleda. Aunque me costaba creerlo me sentía a gusto, como quien llega por fin al lugar que ha estado buscando durante largo tiempo. En la casa cercana emanaba, emocionante, una música de otro mundo por ventanas y balcones. Y nada más. Era evidente que yo era otra la música que escuchaba. Antes de entrar accedió a que fugazmente la besase en los labios, entre la frescura y el marchitamiento, y dejó de ser una cara desconocida. Pero duró poco tiempo mi secreta felicidad: me dejó solo en mitad de la fiesta. Miré, ensimismado, a los invitados que se entretenían con un cóctel. Uno tras otro me saludaron con un apretón de manos acompañado de expresiones como “un placer” o “encantado”, pero después retornaron a sus conversaciones interrumpidas. Sus caras me resultaban familiares pero no acababa de reconocerlas. Tomé una copa. Alguien dijo, ¿por qué ha venido?. No supe qué responderle. Al cabo de un rato miré a la mujer que estaba a mi lado y dije: —¿Sabe usted decirme cuál es la música que están tocando? Me parece que usted entiende de música. De súbito, sin que nadie se percatara, me llevó a un recinto cerrado. Era una sala llena de libros caldeada por dos estufas eléctricas: las paredes estaban cubiertas de estantes hasta el techo, pero también había montones de libros encima de dos mesitas y hasta de un sillón. Me llamó la atención la cantidad de volúmenes. Me levanté para echar un vistazo a la biblioteca. De pronto tuve la impresión de que alguien me observaba a mis espaldas. Prométeme –me susurró y se inclinó sobre mi rostro para poder hablar al oído- que no revelarás ni una palabra de lo que voy a decirte…Huí de allí a todo correr, y regresé a la fiesta. Miré inquieto el reloj. En un santiamén la orquesta había dejado de tocar y se retiraba lentamente. Fue entonces cuando vi a la mujer que durante un par de horas me había llevado fuera del tiempo, charlando incansablemente entre un grupo de jóvenes. Me decidí a acercarme indeciblemente feliz. Pregunté algo, ya no me acuerdo qué, pero ella no parecía entenderme. Insistí. Luego me miró con una sonrisa melancólica y dijo en un murmullo: Ya puedes volver a casa. Nostalgia de lo que nunca se ha tenido, breve noche inmensa, la verdad cruzó como un relámpago por mi mente, y volví a sentir el frío como un infalible pesar al salir de aquel jardín de estampa antigua. Caminé sin prisas-por si querían alcanzarme y pedir que me quedara con ellos-y volví a casa donde nadie me esperaba. Fui a la puerta pero no pude abrirla. El techo de mi habitación se había derrumbado sobre la cama.